Japón ha reconocido por primera vez que un trabajador de Fukushima murió por causa de la radiación, abriendo el camino a una cadena de reclamaciones de los que arriesgaron sus vidas para reparar la central nuclear. El Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar ha ordenado que su familia reciba una compensación económica.

El hombre estaba en su cincuentena cuando murió el pasado año por un cáncer de pulmón. La prensa japonesa ha desvelado que trabajó desde 1980 en centrales nucleares de todo el país y estuvo destinado en Fukushima al menos dos veces desde que un tsunami la barriera en el 2011 y provocara el mayor desastre desde Chernóbil. El trabajador, diagnosticado de cáncer en el 2016, había recibido la misión de medir los niveles de radiación en lo más crudo de la crisis. Allí recibió 195 milisieverts, ha desvelado el ministerio. La Comisión Internacional de Protección Radiológica desaconseja niveles superiores a 20 milisieverts y por encima de 100 aumenta considerablemente el riesgo cancerígeno. El Gobierno había concedido compensaciones económicas a cuatro trabajadores por leucemia y cáncer de tiroides, pero esta es la primera vez que la destina a un fallecido. El puñado de muertes por radiación son, en todo caso, una menudencia comparadas con las 18.500 que causó el tsunami.

El diario Asahi Shimbun afirma que 17 trabajadores han solicitado ya compensaciones. Cinco han sido rechazadas, otras cinco están pendientes de resolución y dos han sido retiradas. Es previsible que los expedientes se multipliquen en el futuro porque 5.000 trabajadores siguen en las entrañas de la central y las labores de limpieza radioactiva han encadenado accidentes y fugas. Detrás está la eléctrica Tepco, acusada de despreciar las medidas de seguridad antes del accidente y de incompetencia sostenida después. Los robots enviados a los reactores dañados registraron niveles de radioactividad de 530 milisieverts por hora el pasado año, los más altos desde el accidente.

Esos niveles, incompatibles con la vida humana y descritos como «inimaginables» por los expertos, evidencian la complejidad de lidiar con Fukushima. La hoja de ruta contempla su desmantelamiento en 40 años, pero la concatenación de reveses sugiere que el plan es demasiado optimista.

Los problemas actuales se centran en las ingentes cantidades de agua contaminada que genera la central por la necesidad de enfriar los reactores. Un sistema de filtrado elimina los elementos radioactivos pero no puede con el tritio, un isótopo de hidrógeno. Esa agua contaminada ocupa ya 900 enormes tanques, se calcula que en 2020 faltará espacio y aún no se sabe qué hacer con ella. Japón no se sacude la amenaza nuclear.