Hoy de improviso, como se va el último sol, se nos ha ido Enrique. Estoy sentado en el paseo de la Alameda, frente al Palacio de la Moneda. La vida nos hace estos extraños guiños. Justo aquí donde él siempre volvía en sus sueños de revolucionario irredento, donde se forjó el mito de la izquierda de los setenta, me llega hace apenas unas horas la noticia de su muerte.

Enrique a sus 71 años había hecho casi todo, le quedaba solo vivir frente al mar. Fue un magnífico estudiante, un brillante profesor, un extraordinario investigador, un excelente maestro con una de las mejores escuelas de fisiología de nuestro país. Llegó a Córdoba a principios de los ochenta, cuando la Facultad de Medicina iniciaba su andadura. Y desde entonces, su compromiso con la Universidad de Córdoba ha sido constante. Desgranar su curriculum es innecesario. Todos sabemos que ha sido el mejor de nosotros.

Compartí con él muchos años en el equipo de gobierno de nuestra Universidad y, sin duda, hay que reconocer que supo desplegar toda la independencia y la libertad creativa que le dieron los Rectores Eugenio Domínguez y José Manuel Roldán. Él fue el impulsor de la subida anual continuada del 25% del presupuesto para la financiación del plan de investigación de la UCO, que permitió que nuestra Universidad escalara hasta posiciones hasta entonces no alcanzadas. A él se debe el proyecto de creación del CEiA3. Su visión de futuro, le hizo idear, proyectar y luchar hasta la extenuación, para conseguir crear el Instituto de Investigación Biomédica (IMIBIC). Juntos inventamos el Premio de Fotografía Pilar Citoler, juntos hicimos los actos conmemorativos del XXV Aniversario de la Constitución del 78. Pero a su lado yo solo sabía aprender. Era extremadamente inteligente, sensible, cariñoso… y difícil también cuando él quería. Pero era genial.

Sus discípulos, hoy de los mejores investigadores que tiene la UCO, lloran sin duda su ausencia. Sus amigos casi no podemos ni expresar el dolor inmenso que su vacío nos deja. Pero todos sabemos que él fue el alma principal del cambio radical de nuestra Universidad desde 1998 hasta que se jubiló, cansado de todo. Cansado hasta de nosotros.

Estuvo muy por encima de todos. Él quería una Universidad de calidad, en la que solo la excelencia, el sacrificio, el esfuerzo y la inteligencia fuesen los criterios que marcasen la promoción y la obtención de recursos competitivos para crecer y promocionar. Esto no gustaba, ni gusta a la mayoría. Pero gracias a genios como él la masa consigue crecer, incluso a pesar de ellos o en contra de ellos. Él echó sobre sus hombros hasta la extenuación, todos estos grandes proyectos que han modernizado la UCO del siglo XXI. Su legado no debería perderse, esa es la mejor medalla que podemos concederle. Ni el oropel, ni el boato o el protocolo formaron parte de su acervo. Solo la inteligencia, la razón y el conocimiento fueron su bandera.

Por eso él fue dueño de su vida hasta el fin. Mis lágrimas no me nublan la razón para reconocer que fue el mejor de todos nosotros.