Los niños pequeños tienen un mal discernimiento de aquello que está bien o es aceptable de lo que no lo es. No saben muy bien donde están los límites y pueden transgredir los de los demás, como cuando les quitan sus juguetes, rompen cosas o pegan a otros niños. Esto último, de forma ocasional es normal, pero se convierte en problema a medida que se establece como un patrón de comportamiento. Aparece una necesidad de recamar atención, ganar o marcar un territorio a través de la violencia, aunque no siempre de una forma plenamente consciente.

Los padres actuamos como modelos ante nuestros hijos. Las conductas que ellos tienen, su forma de manejar las emociones o cómo se relacionan, lo han asimilado por nosotros. Esto no quiere decir que, si un niño pega a otro, es que haya visto esta forma de violencia dentro de casa, sino que la baja tolerancia a la frustración que puede haber sí sea algo que ve en el padre o la madre. Pero lo positivo es que, una vez que hemos visto este comportamiento, podremos enseñarle a manejar mejor sus emociones, expresarlas de otra forma y relacionarse de una forma más constructiva.

SIN VIOLENCIA

Cuando observamos que nuestro hijo pega a otro niño, puede entrarnos el pánico y pensar que hay un problema de mala conducta que puede perpetuarse y llegar a complicarse en la adolescencia. Sin embargo, la violencia entre los más pequeños es la forma más natural de comportamiento, ya que aparece como una descarga ante elementos que no saben entender y/o controlar. Pegan, no por ser agresivos, sino porque no conocen otra forma de resolver algunas situaciones. Cuando esto es algo constante y casi puede observarse como un rasgo de su personalidad, es cuando sí debemos preocuparnos.

Si nuestros hijos son violentos con sus compañeros o amigos, debemos enseñarles alternativas de comportamiento, mejores habilidades que les servirán ahora y en el futuro, y que también sean aplicables a cómo nos relacionamos dentro de casa con ellos y con los demás miembros.

A través de las siguientes pautas, podemos ayudar a que los más pequeños resuelvan mejor los conflictos y no encuentren como solución el pegar a otros niños:

1. Sin generalizar

Una vez que vemos que nuestro hijo comete algo que no aprobamos o que no es correcto, debemos hacerle ver la situación, sin generalizar, sin hacer que ese rasgo se convierta en lo que le defina. Los niños no son buenos ni malos, los niños tienen comportamientos específicamente buenos o específicamente malos. Caer en la generalización tiene consecuencias negativas para su autoestima y le acaba convirtiendo en lo que le estamos diciendo.

2. Etiqueta

De dónde viene que haya pegado a otro niño en esa situación? Dialogar con él, entender qué emoción no ha manejado bien y enseñarle cómo hacerlo la próxima vez nos ayudará a que la violencia vaya, poco a poco, desapareciendo. La baja tolerancia a la frustración o un mal manejo de la tristeza son causas muy comunes.

3. Espejo

Si manejas los conflictos de una forma agresiva y tu hijo lo observa, tenderá a imitarte, aunque tú no hayas agredido físicamente a nadie. Ver a tu hijo como un reflejo de lo que eres y haces también te ayudará a ti a manejar mejor los conflictos.

4. Cambia el foco

Los más pequeños necesitan un determinado grado de atención. A veces, su forma de lograrlo es a través de aquellas conductas que ven que sí hacen que te fijes en él. Tendemos a ver lo negativo y dar por sentado lo positivo, por lo que la violencia podría venir de ahí. No se trata solo de erradicar la conducta sino de potenciar todo lo positivo. También generará mejores herramientas y emociones positivas fuertes.

La violencia infantil tiene un determinado grado de normalidad, sin que implique que haya problemas reales. Sí tiene que observarse, prestar atención a si se debe a que haya problemas en casa y generar herramientas alternativas de resolución de conflictos. Esto repercutirá de forma positiva en esa etapa y en todas las que vendrán después.