Mi primera vigilia vegana. Sí, existe tal cosa. En España, desde hace solo un año. En otras latitudes, desde hace 10. La idea nació en Toronto. La primera vez que se participa en una de ellas, la sorpresa es incluso mayor a la que se experimenta la primera vez que se oye hablar de ellas. Puede que ustedes, que leen estas dos palabras juntas por primera vez, vigilia vegana, se sientan ahora así, sorprendidos. Más lo estarían si hubieran presenciado una de ellas. La cosa consiste en que un grupo de veganos militantes, o sea, aquellos que hasta sustituyen el huevo de la tortilla de patatas por harina de garbanzo, se reúnen a las puertas de un matadero para acompañar a corderos, cerdos, vacas y gallinas en esos últimos instantes de sus respectivas vidas, minutos antes de ser desollados. Los acarician, les susurran palabras amables al oído, les dan de beber a morro en botellas de plástico… Puede que sea la primera vez en sus vidas que conocen el lado amable de los humanos. La despedida a veces desata una catarsis. Tras decir adiós a un rebaño de corderos, dos chicas se abrazan y lloran desconsoladas durante varios minutos. Por aquí, a esto se le llama vigilia vegana, o vigilia de tal o cual especie de ganado, pero en el mundo anglosajón, donde nació esta variedad de activismo, no se andan con melindres. Slaughterhouse vigil. Las vigilias del matadero, les llaman.

Una advertencia antes de proseguir. Lo fácil sería convertir esta crónica en unas risas de carnívoro, retratar a los veganos de las vigilias como una variante excéntrica de los abrazaárboles, vamos, sorprender al lector con lo más raro de la experiencia, que no es poco, esas carantoñas en el cogote de una oveja aterrorizada, ese mirar a los ojos del animal y anunciar, para terminar el repaso, que hay una segunda parte de esta historia, de próxima publicación, que consiste en la visita a un santuario, donde animales rescatados de las granjas conviven en un ambiente de camaradería que desafía las leyes de la naturaleza. La advertencia es que esto, lo que viene a continuación, se va a poner desagradable. Por algo los mataderos no tienen ventanas.

Las vigilias son pacíficas. Eso hay que subrayarlo. Hay un pacto no escrito entre los organizadores del encuentro, los vigilantes del matadero y buena parte de los transportistas para que nada se tuerza. El camión se detiene a las puertas del recinto. En el caso aquí narrado, dentro de Mercabarna, el gran colmado de cuatro millones de habitantes. La mayoría de los camioneros que llegan ya saben de qué va aquello. Durante cinco o 10 minutos, los veganos se aproximan a la caja del camión como si fuera el monolito de 2001. Una odisea del espacio. Unos hacen fotos y otros abrevan al ganado. Las ovejas tiemblan. «Las traen sedientas porque dicen que así la carne sabe mejor», explica Óscar López, coordinador de la vigilia. Participó en la primera en noviembre del 2017. Desde entonces, cada mes se convocan varias.

HACIA EL MATADERO / Una vez que el camión reemprende la marcha, a la zona de descarga los activistas ya no pueden acceder. Lo dicho antes, hay quien llora, y hay quien tiene la amabilidad de explicar a los cuatro carnívoros que hemos ido hasta allá, de noche y con un frío que pela, el porqué de toda esa extravagancia. El propósito inmediato -dicen- es reconfortar a los animales, ser el equivalente carcelario de su última cena antes de que se conviertan precisamente en eso, en una cena. «Estamos aquí para ser testigos», explica uno de los activistas a las puertas del matadero de Mercabarna. Así parece que es. Él y todos los demás van con la cámara en la mano para testimoniar que el momento es muy animal, por supuesto en el sentido negativo de este término. Están ahí librando un pulso. La industria alimentaria, tal vez por prevenir, hace meses que ha comenzado a modular su discurso publicitario. En los anuncios de televisión aparecen granjeros que cantan al oído de sus vacas. En la pollería se venden huevos de gallinas «criadas en libertad». ¡Menuda redefinición del libre albedrío! López, toda una veganipedia andante, explica por qué eso es un disparate. Una gallina realmente libre pondría solo entre 10 y 15 huevos al año. Viviría 15. Las gallinas ponedoras no sobreviven más de dos años. Antes de soplar las dos velas habrán puesto entre 400 y 600 huevos. A veces se les atascan y mueren. Esto es la versión avícola de El cuento de la criada. La versión porcina no es mejor. En algunas granjas, la edad de las cerdas no se expresa en años sino en el número de partos anuales.