Los bomberos y servicios de emergencia no logran controlar los devastadores incendios del norte de California, que ya han dejado al menos 23 muertos y que se han extendido en las últimas horas hasta arrasar cerca de 69.000 hectáreas. La dispersión y variedad de los incendios activos dificulta el cálculo de evacuados y afectados por los fuegos, pero según Los Ángeles Times, que cita estimaciones oficiales, al menos 50.000 personas siguen desplazadas por la amenaza de las llamas. Cientos están desaparecidas. Los últimos datos facilitados por el Departamento Forestal y de Protección contra Incendios de California apuntan a la existencia de 22 focos que avanzan fuera de control principalmente por los condados de Sonoma y Napa, dos zonas conocidas por sus viñedos.

El incendio más grande de todos es el de Atlas, que ha calcinado más de 17.000 hectáreas y que sólo ha sido controlado en un 3%. También supone una importante amenaza el fuego de Tubbs, que solo ha sido controlado en un 10% y ha arrasado hasta el momento más de 11.000 hectáreas del condado y ocasionado la muerte de al menos 13 personas. En total, el fuego ha destruido unos 3.500 edificios, incluyendo estructuras de todo tipo. Las imágenes de las televisiones locales muestran zonas completamente destruidas por el paso de las llamas, que han dejado barrios enteros calcinados y casas y vehículos reducidos a cenizas.

Servicios de emergencias locales, estatales y federales trabajan de la mano en las labores de extinción después de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, aprobara el martes la declaración de desastre en California. Más de 8.000 bomberos luchan sobre el terreno contra las llamas, apoyados desde el aire por más de 70 helicópteros y 30 aviones cisterna. El estado ha recibido refuerzos desde Nevada, Washington, Oregón y Arizona.

Los incendios de California comenzaron, por causas que aún se desconocen, el domingo pasado y se expandieron con rapidez desde el condado de Napa. Octubre es tradicionalmente en California un mes de alto riesgo de incendios por los conocidos popularmente como «vientos del diablo», unas ráfagas de aire que, junto a las altas temperaturas y la sequedad de la maleza tras el verano, favorecen la propagación del fuego.