Muchas veces, advertimos a nuestros hijos de algún peligro o alguna consecuencia porque estamos seguros de que va a ocurrir. Nos frustra que nuestros hijos no hagan caso de nuestros sabios consejos y cuando pasa “lo que tenía que pasar”, solemos subrayar que nosotros ya lo sabíamos. Ese interés de hacernos ver como sabios por experiencia choca con el deseo (y la necesidad) de nuestros hijos de correr sus propias aventuras, con sus riesgos correspondientes, es decir, de tener sus propias experiencias que les harán sabios.

Mara está con sus hijos Daniel y Sergio en un parque que parece todo un laberinto, lleno de sitios para escalar, pequeños agujeros peligrosos pero muy atractivos para los pequeños y puentes elevados de tablas de madera lo suficientemente separadas como para que se queden enganchados los pies de los niños. Mara en cuanto llegó a este parque nuevo que entusiasmó a sus hijos, de 5 y 10 años, vio el peligro. Así que les advirtió: “Cuidado con ese caminito de tablas de madera, que se os puede quedar el pie enganchado en un hueco”. Como le parece que el sitio es bastante complicado y además ha venido sin amigas, Mara no quita el ojo a sus hijos, especialmente a Sergio, el pequeño, que, como ella suele decir “no ve el peligro”. Y está todo el rato advirtiéndole: “Sergio, cuidado con ese hueco”, “Sergio, para pasar abajo mejor siéntate y salta despacio”, “¡No, no, no hagas eso que te vas a caer!”. Su hijo no parece escucharla y Mara no tarda en musitar: “Me va a dar un infarto en este parque”. Al poco rato, después de decir su madre: “Sergio, cuidado que se te va a quedar el pie enganchado”, pasa “lo que tenía que pasar”: el pie de Sergio se queda enganchado entre dos tablas y Sergio casi se cae cuan largo es sobre el puente de madera. Afortunadamente, se agarra a la barandilla y frena el golpe, pero el niño se ha llevado un buen susto, no consigue sacar el pie y empieza a llorar. La madre, muy nerviosa, no puede reprimir: “¿Ves? Ya te lo dije. ¿Por qué no me haces nunca caso?”. Mientras tanto, su hermano ayuda a Sergio a sacar el pie, el niño se calma y quieren seguir jugando. Mara ya no tiene ganas de parque, pero decide que es mejor ceder un poco y quedarse un ratito más, un ratito que discurre mucho más tranquilo porque Sergio ahora va con más cuidado.

Qué pasaría si te lo dijeran a ti

Imagínate que te pones a jugar con tus hijos a correr por el parque. Te encanta la sensación, como volver a ser un niño o una niña otra vez y tus hijos se lo están pasando genial y se ríen, porque nunca soléis jugar al pilla pilla o a correr, ya que siempre piensas quepa estás muy mayor para eso y te cansas. Imagina que tu pareja, que sabe que no eres muy ágil, te advirtiera todo el rato: “No corras, que te vas a caer”. Quizá ni escucharías sus palabras, porque a ti te apetece disfrutar de este buen rato y no te importa pagar las consecuencias. Además, piensas, “que me quiten lo bailao” y crees que tienes derecho a experimentar las consecuencias de lo que haces y a decidir cómo quieres vivir. Seguramente sentirías que tu pareja es, directamente, un aguafiestas aburrido y luego, cuando finalmente te caes y te suelta un nervioso “Ya te lo advertí” pensarás que qué manía con meter el dedo en el ojo y quedar de sabelotodo. Seguro que la frasecita no te gustaría nada ni te habría enseñado nada más que enfado. ¿Quieres eso para tus hijos?

La pedagoga Heike Freire siempre aconseja que en lugar de estar todo el rato preocupados por los peligros de nuestros hijos y advirtiéndoles constantemente, «es mejor educar en un concepto de seguridad activa: qué puedo hacer yo para protegerme, cómo me puedo cuidar. Si conversamos sobre este tema con nuestros hijos, veremos que son mucho más listos de lo que imaginábamos. A través de estas conversaciones pueden ir tomando más consciencia de los peligros e imaginar estrategias para evitarlos y protegerse». Por ejemplo, Mara podría haber llegado al parque con sus hijos y podría haber dicho: “¡Qué divertido!, ¿verdad? ¿Veis algún sitio peligroso? ¿Cómo se os ocurre que podéis evitar ese peligro?”. De esta manera, fomentamos que nuestros hijos tomen parte activa en su seguridad y se sientan tenidos en cuenta, algo que seguramente no sentirán con los continuos avisos y la frase de “ya te lo advertí”.