Iñaki, Begoña, Íñigo o Peña, ninguno de estos nombres puede ser inscrito en el registro civil francés. Los apellidos Núñez, Ibáñez, Cañete, Fariñas o Muñiz, tampoco. El problema: la letra eñe. La noticia es tan surrealista que muchos creerían estar leyendo una de tantas fake news. Sin embargo, el veto de la letra «ñ» está avalado por una circular de la justicia francesa, con fecha del 23 de julio del 2014, que enumera con precisión los signos diacríticos aceptados en los documentos administrativos oficiales. Así, la «ñ», considerada como un carácter foráneo, está proscrita en Francia.

La españolísima virgulilla, desaparecida hoy en la escritura francesa normalizada, forma parte de la tradición ortográfica bretona y vasca, lenguas patrimoniales reconocidas por la Constitución desde el 2008. Sin embargo, en virtud de promover una identidad nacional uniforme, el francés es la única lengua oficial reconocida por la Carta Magna. La tradición lingüística de las diferentes regiones francesas no tiene cabida ni en las escuelas, ni en la administración pública.

A largo plazo, esta restricción lingüística podría traducirse en la desaparición de las lenguas regionales. A corto, se traduce en pequeñas batallas judiciales que ejemplifican las consecuencias del rechazo de la tradición. Ya ha habido reclamaciones familiares.

Pero no se trata de un caso aislado, ni de un pequeño detalle sin importancia. El empecinamiento por imponer el francés como lengua única es tal, que Francia presentó una reserva al ratificar la Convención sobre los Derechos del Niño. Dicha reserva pesa sobre el artículo 30 del tratado sobre los derechos de los niños fruto de minorías lingüísticas y culturales: Francia considera que en el territorio de la República no existen minorías, ni culturales, ni lingüísticas, rechazando en bloque el artículo.