Son de plástico. Miden un par de centímetros. Tienen ojos, pero no sexo. Son cosas. Lo mismo una fregona que una excavadora, una taza de café o un tornillo. Los hay héroes (con los ojos blancos) y los hay villanos (ojos amarillos). Viven una ciudad imaginaria llamada Kaboom City. Son los Superzings, un fenómeno que arrasa entre la chavalería de 4 a 8 años. Los ha creado una empresa catalana, Magic Box Toys, que los está exportando a países de todo el mundo. Cuestan 70 céntimos, se venden en sobres cerrados (en los que no se ve la figurita) y se coleccionan hasta completar la serie. Hasta ahí, todo normal. Un exitazo comercial para la empresa y un juego más para niños y niñas. ¿Solo es eso? No.

Al igual que los cromos, los Superzings se coleccionan y los peques intercambian entre ellos los que tienen repetidos. Sin embargo, hay muchos padres y madres que, con tal de que su prole no se frustre porque carecen de un muñequito para completar la serie, rastrean páginas de segunda mano y son capaces de gastarse 30, 60 o 90 euros en la deseada figurita. Sus hijos, felices. Y ellos, más.

LA FELICIDAD / «Para esos padres y esos niños la felicidad consiste en conseguir una cosa. No tanto en jugar con ella, sino tenerla. Es un error desde el punto de vista educativo. Los críos deben aprender a frustrase. No podemos hacer una infancia tan frágil y débil. Si tu hijo o tu hija no tiene el muñequito de una serie debes decirle que no pasa nada. Y si llora, pues que llore. Y si te lo pide mil veces, le respondes que no se puede tener todo. ¿Qué al niño le falta dos o tres? Pues que les falte, da igual que los Superzings sean baratos. Las pasiones se tienen que ir enfriando», explica Rosario Ortega, catedrática de Psicología de la Educación y del Desarrollo y miembro del equipo directivo del Observatorio del Juego Infantil.

La catedrática Ortega añade que, como cualquier otro juguete, los Superzings pueden ser estupendos si sirven para eso, jugar. «Los niños pueden inventar sus propias historias con ellos y pueden interactuar con amigos. Su imaginación se estimula y su vocabulario aumenta. Los juguetes no son ni buenos ni malos. El asunto es cómo se interprete por parte de los padres, que deben entender que no es bueno dejarse llevar por la compulsión. Es el mismo error que llenar su habitación de juguetes. Los niños no necesitan ese caos. Necesitan jugar», sentencia. Coleccionar no es nuevo. También las generaciones anteriores atesoraban cromos y muñequitos, como los clicks o los lego. Pero Ortega tiene la sensación de que «nunca como ahora se fue tan agresivo en conseguirlos».

EL DEBER DE LOS PADRES / Valentín Martínez-Otero, doctor en Psicología y profesor en la facultad de Educación en la Complutense de Madrid, insiste en que el juego es uno de los tres pilares del bienestar infantil, junto con el descanso y la alimentación. En su opinión, si los Superzings se usan como un juego más, perfecto. Los niños pueden inventar historias, compartir y divertirse, pero el papel de los padres debe ser el de acompañar o supervisar ese juego. «Lo que nunca deberían hacer -concluye- es compensar la falta de tiempo que pasan con ellos dando satisfacción a determinados caprichos». Por ejemplo, gastarse 60 euros en un muñequito que en realidad es muy barato para que así su hijo posea toda la colección. «Los padres deben coger la rienda de la educación de sus hijos», recuerda el docente.

Los Superzings llevan el sello de Magic Box Toys, empresa con sede en Sant Cugat del Vallès con 24 años de historia. Siempre se han centrado en los coleccionables. Su departamento creativo se pasó dos años antes de sacar al mercado, en 2018, los Superzings. Los muñequitos se han convertido en un fenómeno: se exportan a 20 países -incluidos Rusia, Chile y Australia- y el año que viene a otros 10 más. «Es un producto de éxito que nos ha puesto en el mapa de las jugueteras», explica Fernando del Río, director comercial y mercadotecnia de Magic Box Toys.

ROPA DE CAMA / Los Superzings no son su primer exitazo. Ya pasó hace años con unos muñequitos coleccionables llamados Gogo’s y Zomlings. Pero los Superzings triunfan de tal manera que la empresa se ha lanzado a fabricar, por primera vez, juguetes complementarios. Tienen canal en Youtube y han concedido licencias para sacar una revista semanal, camisetas, mochilas, tazas y ropa de cama. Su tirón parece no tener fin. La nueve serie -la número cinco- estará lista en enero del 2020 y habrá otra en septiembre. Y más en 2021.

La empresa no es ajena al hecho de que algunas de sus figuritas estrella alcancen precios desorbitados en las webs de segunda mano. «En una ocasión vimos que alguien ofrecía uno por 90 euros», recuerda Del Río. Para evitar esa picaresca, Magic Box Toys lanzó una propuesta a través de su página oficial de Facebook de coleccionistas: si a algún niño le falta solo un miembro de una serie la empresa -previa comprobación- se compromete a dárselo. Gratis.

Los niños abren los sobres con la misma ilusión que el Charlie de Tim Burton desenvolvía su tableta de chocolate deseando ver el tíquet dorado. Si toca uno repetido, a los padres les toca gestionar una más que probable frustración.

Los sobres son tan baratos que dan ganas de comprar otro. O cinco. O 10. Con tal de ver a la prole feliz.