En la actualidad, solo ocho países -entre ellos Bélgica, Canadá, Luxemburgo y Colombia- han despenalizado la ayuda médica a morir. Otros, como Suiza, no lo penaliza exclusivamente en determinadas circunstancias. Recuperamos los casos de cuatro personas, en España y en el extranjero, que optaron por morir antes que vivir encadenas a la enfermedad y la falta de movilidad.

Ramón Sampedro

Cuando tenía 25 años, Ramón Sampedro se tiró al mar desde un acantilado en la playa de As Fumas (Galicia). El golpe le convirtió en tetrapléjico. Fue el primer el primer ciudadano de España en pedir públicamente la eutanasia, que le fue denegada una y otra vez por los tribunales. A los 55 años, después de llevar casi 30 postrado en una cama sin poder mover más que la cabeza, urdió un plan para quitarse la vida el 12 de enero de 1998. La tarea no fue sencilla. Sampedro -cuya vida fue llevada al cine por Alejandro Amenábar- contó con once personas de total confianza. Cada una tenía una misión específica y ninguna de ellas era delito por separado.

Un amigo le compró el cianuro, otro calculó la proporción adecuada y el siguiente trasladó el veneno hasta la casa adecuada. Alguien lo recogió, luego se puso la bebida en un vaso al que se le añadió una cañita para que Sampedro pudiera sorber el líquido. Sampedro había escrito una carta de despedida (con la boca) y también quiso grabar un vídeo. Cuando los forenses encontraron el cianuro potásico en su cuerpo, la policía detuvo a su compañera, Ramona Maneiro, más conocida como Moncha, la mujer que le acompañó en sus últimos dos años de vida. La trama estaba tan bien urdida que los agentes no encontraron pruebas para incriminarla. Siete años después de su muerte, cuando el presunto delito ya había prescrito, Moncha admitió haber administrado el veneno y haber filmado los hechos.

Madeleine Z.

Madeleine Z, viuda de nacionalidad francesa y residente en España, padecía esclerosis lateral amiotrófica (ELA) desde 2003. Militaba en la asociación Derecho a Morir Dignamente y no quería ser una carga para nadie. Había pedido muchas veces a los médicos (sin éxito alguno) un suicidio asistido. De hecho, pensaba en quitarse la vida desde que le diagnosticaron la enfermedad. Finalmente, en 2007, cuando tenía 69 años, se quitó la vida en Alicante con una combinación letal de fármacos y asistida por dos compañeros de la asociación. Su muerte fue investigada por la policía y los juzgados. “Quiero dejar de no vivir. Esto no es vida”, explicó días antes Madeleine. “Cuando conseguí la solución, me sentí aliviada”.

Craig Ewert

La cadena de televisión británica Sky emitió en 2008 el suicidio asistido de un paciente terminal. El documental, titulado '¿Derecho a morir?', mostraba las últimas horas de vida del profesor universitario Craig Ewert, de 59 años, a quien se le suministra una dosis letal de barbitúricos. La muerte tuvo lugar el 26 de septiembre de 2006 en Suiza, país donde, a diferencia del Reino Unido, no se penaliza la asistencia a morir en determinados casos. Ewert contó en el momento de su muerte con la ayuda del grupo de asistencia suizo Dignatas. El paciente pagó a esta organización 3.000 libras (unos 3.500 euros) por el suicidio, la cremación y el traslado de las cenizas al Reino Unido.

A Craig Ewert le fue diagnosticada en abril de 2006 una grave enfermedad neuro motora degenerativa que le condenó a vivir dependiendo de un respirador artificial. Los médicos le dieron entre 2 y 5 años de vida. Con el consentimiento de su mujer y sus dos hijos, Ewert decidió viajar a una clínica suiza para acabar con su vida. No quería vivir en un cuerpo que él mismo describió como una tumba viviente. “Me gustaría seguir adelante, pero realmente no puedo. Cuando estás totalmente paralizado, no puedes hablar, no puedes andar, no puedes mover los ojos, ¿cómo le haces saber a alguien que sufres?”, confesó el profesor de informática. El documental emitido por Sky muestra al maestro antes de su muerte, acompañado de su mujer. En un momento de la grabación un miembro de la clínica Dignitas le proporciona una dosis de barbiturato de sodio y le advierte: “Señor Evert, si bebe esto morirá”. El paciente acepta la dosis y pide zumo de manzana y música de fondo para acompañarle en su muerte. La novena sinfonía de Beethoven fue la melodía elegida.

Anja D.

En Alemania, el suicidio de una mujer reabrió el debate sobre la eutanasia el año pasado, cuando un tribunal juzgó al doctor de la fallecida por haberla asistido indirectamente en un caso que puede sentar precedente. Su dolor era insoportable, su vida se había convertido en una jaula sin escapatoria. Exhausta de tanto luchar contra su enfermedad crónica, Anja D. optó por poner fin a tantos años de angustia. Vertió en un vaso entre 90 y 150 pastillas para dormir y se las tragó. La sobredosis de somnífero la llevó a desmayarse y entrar en un profundo coma. Antes, cogió el móvil y se despidió de su doctor. “Gracias. Todas tragadas”, escribió.

Christoph T., médico de la familia durante 13 años, la visitó. Sesenta días después, el 18 de febrero de 2013, Anja murió. Y cinco años después, el caso llegó a la justicia. Un tribunal de Berlín acusó al facultativo de haber contribuido por omisión a la petición de morir de su paciente. Para probarlo, asegura que él entró en casa de la mujer cuando esta le avisó -el médico tenía una llave- y que debería haber actuado para salvarla.