Un buen día, Xanos Rius se vio retratado en el perfil de «gruñón y quejica» del que hablaba el psicólogo Rafael Santandreu en la radio. Así era él. Ejecutivo comercial en una multinacional, todo el día escupiendo quejas y exigiendo a él y los demás lo inalcanzable: la perfección. «Sufría muchísima ansiedad, un enorme estrés, estaba al límite». El cuadro de moda. «Te crees perfecto y deseas controlarlo todo, sin delegar. Exiges todo el tiempo a tope y al momento, tienes unas expectativas muy elevadas y una baja tolerancia a la frustración. Y al no poder hacerlo todo, te genera más ansiedad». Un infierno.

La terapia con Santandreu le ha llevado a transformar las exigencias en preferencias, dar la patada a la perfección y abrazar el aburrimiento. «Me ha cambiado la vida». A él y a los suyos. «Ya no me quejo. Mi hija me dice que soy más cariñoso, más cercano. Me he vuelto más comprensivo y tengo una mejor comunicación». Confiesa que antes, con la agenda a tope y una angustia que no le daba tregua, «no tenía espacio para la empatía y la afectividad, para pensar en los otros». Ahora habla menos y escucha más. Hasta su exjefe valora la metamorfosis: «Eres el mismo seductor de siempre pero sin la exigencia en tu voz», le dice.

El proceso hacia la calma empieza con la toma de conciencia de que «la vida se te va de las manos» y hay que acudir a un profesional. Durante las sesiones, trabajó sobre las tres exigencias que manejaban su yo de manera perniciosa: la vida se tiene que portar bien conmigo, la gente me tiene que respetar y tengo que hacer las cosas perfectas. «Cuando puse en duda esas exigencias irracionales y las transformé en preferencias, vi la luz. Prefieres que las cosas salgan bien, pero si no se consigue, no pasa nada. Prefieres que la gente te respete, pero si no lo hace, es su responsabilidad, no es una catástrofe».

Rius aprendió a aceptar las equivocaciones, suyas y de los otros -«ya no me machaco»-, y la existencia de emociones como la tristeza. Bajó el listón de la felicidad del 10 al 7. «Me siento contento de fluctuar entre el 4 y el 7». Expulsó, en definitiva, los imperativos para dar paso a los deseos, las apetencias y lo inevitable.