Cuando la madre de Pepi enfermó, a ella le atravesó el pensamiento de cómo sería la despedida. Tenía 90 años y un problema circulatorio la dejó muy decaída. El estado de alarma por el coronavirus coronaviruslas pilló de camino al hospital en ambulancia, cuando la madre empeoró. Los médicos le dijeron que se la llevara a casa. Allí murió hace unos días y llegó la despedida. Pero no fue como Pepi había imaginado.

Cuando se la llevaron, Pepi tuvo que quedarse en casa. "Mi madre está allí y yo no puedo estar con ella, tengo que esperar aquí como si no pasara nada", decía por teléfono a los más allegados. No hubo velatorio. En el entierro solo pudieron estar 10 personas. Sin besos ni abrazos de consuelo. Porque el duelo y la muerte, en tiempos de coronavirus, se vuelven dolorosamente solitarios.

"El coronavirus nos ha cambiado la forma vivir. También tiene que cambiarnos la forma de morir", afirma Alfredo Gosálvez, el secretario general de la Asociación Nacional de Servicios Funerarios, que representa al 75% del sector. Desde que la pandemia comenzó a hacer estragos, los funerales y velatorios quedaron reducidos al mínimo para evitar los contagios. Las nuevas medidas de cierre de toda actividad no esencial posponen cualquier ceremonia hasta que finalice el estado de alarma y al entierro solo podrá contar con tres familiares que guarden la correspondiente distancia de seguridad,

Las funerarias son el último eslabón de ese escudo sanitario que celebran los balcones cada tarde, y entre los trabajadores ya han aparecido los primeros casos. "Las familias están siendo muy conscientes y responsables en el cumplimiento de las medidas. La actitud es muy de agradecer", señala Gosálvez. Algunas empresas incluso ofertan plataformas web para homenajear a los difuntos y hacer llegar las condolencias a sus familiares, una especie de funeral virtual.

La madre de Pepi pasó sus últimas horas con sus dos hijas y en casa. Aunque no pudieron darle ese último adiós al calor de familiares y amigos, no haber dado positivo por covid-19 evitó que muriera sola o lejos de los suyos. Es lo que ocurre con muchas de las más de 7.300 personas a las que el coronavirus se ha llevado ya por delante. Ver a un familiar salir en ambulancia, que lo ingresen en el hospital y no poder acompañarlo, recibir más o menos noticias, alguna videollamada cuando es posible hasta que llega la noticia de la muerte, de la voz del personal sanitario.

"Aislamiento brutal"

Un memorial virtual trata de recoger historias como la de Alberto, que hacía una semana que no podía visitar al abuelo en la residencia de mayores en la que vivía. El abuelo murió y ahora no podrán despedirlo "como él hubiera querido". O Pablo, que recibió la llamada de que habían ingresado a la abuela y unos días después, la de que había muerto sola en una cama de hospital. "Los pacientes con coronavirus se encuentran en un aislamiento brutal, están completamente solos, separados de sus familias. Incluso muchos de ellos saben que sus familiares están en otras habitaciones, intubados en la uci o que, incluso, están muriendo", destaca Cristina Marín, cirujana en el Hospital de La Princesa de Madrid.

Esta doctora envió un audio a un grupo de WhatsApp familiar explicando la iniciativa que se le había ocurrido para acompañar a los enfermos con covid-19: pedir unas palabras de aliento a cualquiera que quisiera enviarlas a los pacientes. Ahora las cartas llegan por miles. "A los enfermos no se les deja estar con nadie. Ni en urgencias, ni en las ucis ni en planta. Se mueren solos", cuenta otra enfermera de un hospital madrileño. Y esa soledad es muy dolorosa para los familiares.

Red de psicólogos voluntarios

Hay otras iniciativas que tratan de acompañar en el proceso. Como la que han puesto en marcha la psicóloga Valeria Moriconi y el concejal del Ayuntamiento de Madrid y experto en cuidados paliativos Javier Barbero: una red de psicólogos voluntarios que ayudan a los familiares a pasar el duelo. "Queríamos poderles dar un apoyo telefónico para que puedan elaborar todas estas emociones que se han desencadenado con la salida de casa de su ser querido y la llamada que anuncia la muerte", explica Moriconi.

"No podemos velar, no podemos acompañar. Es un factor de riesgo para que no podamos cerrar el proceso de duelo y esto lleve a un bloqueo en el futuro", señala. En apenas cinco días se ha movilizado toda una red altruista y profesional de psicólogos dispuestos a ayudar. Ahora toca ponerse a disposición de los pacientes y lo harán a través del correo ayudaduelocopm@cop.es.

La psicóloga explica que, en las sociedades modernas, en el duelo se despierta un sentimiento de aislamiento: "Pero en este caso ya no es una sensación del doliente, es una realidad". También incluso a nivel de ritual: no poder llorar a nuestros difuntos del modo que sea, elegir la ropa o dónde y cómo conservar el cuerpo "Si no transformamos el recuerdo en legado, se queda estancado en una situación inconclusa", sostiene. Por eso en algunos casos puede ser conveniente celebrar esa despedida cuando todo esto acabe. Cuando decir adiós a los que se van y abrazar a los que permanecen ya no sea un riesgo.

Pájaros en silencio

"A mí la soledad me gusta, pero esto ya es demasiado. No canta ni un pájaro en los árboles. Hay un gato al que le dejamos comida que ya hace dos días que no viene". Lo narra Maruja, que tiene 82 años y vive en un pueblo de Guadalajara. Vive sola, pero ahora esa soledad pesa. Sin visitas de los suyos, sin poder ir a misa ni celebrar con sus amigas la oración de madres de los lunes.

Una de sus compañeras murió hace unos días, antes de que las medidas del estado de alarma apretaran con fuerza en el pueblo. Pero ella no pudo ir a despedirse, ni siquiera a acercarse a los alrededores del tanatorio a dar algún beso a la familia, como sí habían hecho las más jóvenes del grupo. "Por las tardes me entra más angustia, es como si presintiera algo", dice al teléfono, ese que se ha convertido ahora en su conexión con el mundo. Por el televisor se cuelan las imágenes de los féretros de Bérgamo, Italia, que ya no da abasto para enterrar a sus muertos. Y Maruja se preocupa: "Qué triste no poder dar un beso a mis hijos; pero hay otros peores, claro".

Desde las funerarias, Gosálvez indica que, aunque las defunciones por accidentes laborales o de tráfico han bajado por el confinamiento, están trabajando a destajo. El esfuerzo es físico pero también emocional. "El miedo es el peor enemigo para todo, no hay ninguna empresa funeraria que lo tenga, pero sí hay actitud responsable", asegura. Haro, un pueblo riojano, fue uno de los primeros focos de coronavirus en España. Treinta vecinos se contagiaron en un entierro.