El covid-19 ha matado a 42 argentinos. Los contagios llegan a 1353. La publicidad del Gobierno es enfática: hay que quedarse en casa y lavarse las manos de manera recurrente para espantar el fantasma de la infección. De un lado de la avenida Libertador de la ciudad de Buenos Aires, donde reina el confort, la cuarentena social se acata a rajatabla. Pero del otro lado de uno de los bulevares más transitados y coquetos de la capital, el pedido de las autoridades puede volverse irrealizable. En la llamada "Villa 31" viven unas 30.000 personas, la mitad de su población migrantes latinoamericanos, en medio de distintas amenazas: pueden electrocutarse o recibir una bala perdida. Entre sus calles desangeladas y laberínticas tan cerca del centro financiero y lejos de toda esperanza abundan el paro y la desnutrición, ronda el narcotráfico y late el peligro del femicidio. Los habitantes de "la 31" pasan sus días de encierro completamente hacinados. A veces son 10 o mucho más los que se apilan en dos piecitas de ladrillo a la vista. No pueden permanecer las 24 horas entre esas paredes y tampoco en ocasiones tienen el agua a su alcance. Las autoridades debieron rescribir para ellos la consigna pública: en vez de "quédate en tu casa" se les pide que, si salen de las chabolas no abandonen ese barrio de casuchas sin terminar, mercaditos y otras zonas más escondidas del trapicheo y las mercancías robadas. El Ejército ha comenzado a llevarles por lo pronto raciones alimentarias.

Unas 300.000 personas se alojan como pueden en las distintas "villa miseria" que se reparten a lo largo y ancho de una ciudad con 13 médicos por cada 1000 habitantes. La situación se agrava en la periferia de Buenos Aires así como en la ciudad de Rosario, la cuna de Leo Messi, y las provincias de Córdoba, Misiones, Salta y Neuquén. La oenegé ·Techo calcula que casi tres millones de personas moran en esas condiciones en Argentina y son por estas horas las más indefensas al avance del covid-19.

Dilemas del aislamiento

La decisión del presidente Alberto Fernández de extender la cuarentena obligatoria hasta el 13 de abril representa otro enorme problema para los "villeros", como los llaman con desdén los sectores acomodados. En su gran mayoría pertenecen al mundo del trabajo informal y, con el aislamiento, han dejado de ganar dinero. A veces se arriesgan a salir a buscar comida a un comedor comunitario, comprar un paquete de galletitas con los billetes que les quedaron o hacer una tarea menor. La policía no los suele tratar con amabilidad. Abundan las denuncias de apaleos y otras agresiones.

El Gobierno ha compensado a esas multitudes precarizadas con un subsidio monetario que se agrega a los beneficios sociales preexistentes por cada hijo nacido. En la localidad bonaerense de La Matanza viven unos 2,2 millones de habitantes y solo el 65% de las familias tienen acceso al agua. Ahí, a 23 kilómetros de la sede del Poder Ejecutivo, coexisten 114 "villas". Su alcalde, el peronista Fernando Espinoza, ha comprobado que el aislamiento social encuentra en esos 325 kilómetros cuadrados el límite que imponen las circunstancias. El solo hecho de ir a cobrar las ayudas estatales representa una amenaza al cumplimiento de las restricciones sanitarias. Hombres solitarios, madres con sus hijos pequeños, no dudan en hacer colas frente a los bancos con varias horas de anticipación. La vigilia impone la lógica del apelotonamiento. Espinoza ha pedido que durante las esperas al menos se respeten las distancias entre los integrantes de las largas filas donde una tos o un estornudo retumba como una amenaza. También solicitó que antes de colocar sus dedos sobre los cajeros automáticos, las personas reciban alcohol en gel. No siempre pueden desinfectarse.

Por ahora se desconoce si el virus ha entrado a las "villas" donde la emergencia sanitaria se superpone con la social. Los líderes comunitarios y los llamados "curas villeros” trabajan arduamente para demorar ese escenario tan temido. Hablan con los vecinos, explican cuáles son los riesgos y síntomas, les traen a veces un plato caliente, insisten en la necesidad de la limpieza. La gran preocupación de médicos y autoridades tiene que ver con el "día después" al primer contagio. Y para eso se preparan en una carrera contra el tiempo reforzando una infraestructura hospitalaria debilitada por años de ajuste.