España es un país de gente que cree en Dios y que apenas pisa una parroquia. Según un informe del CIS de junio del 2018, el 70% de los españoles se declaran católicos; sin embargo, de ellos, casi el 63% no van nunca a misa. Aun así, uno de los ritos eclesiásticos que aguanta el tipo son las primeras comuniones. En 10 años (del 2007 al 2016), estas ceremonias religiosas han caído solo un 7%, según los datos de la Conferencia Episcopal (CEE). El descenso es muchísimo más suave que el que ha experimentado otro sacramento: el de las bodas religiosas, con una caída del 55% en ese mismo periodo de tiempo. En el 2016 se casaron con un sacerdote de por medio 50.805 parejas frente a las 113.187 del 2007.

Mayo y junio son los meses de las comuniones. En los pueblos y ciudades es habitual encontrar estos fines de semana en parques y restaurantes niñas vestidas de novias y niños de marineros que celebran con familiares y amigos su primera comunión. Una especie de mini-boda que ronda los 2.000 euros entre trajes, fotografías, regalos y almuerzo para todos los invitados.

Según las estadísticas de la Conferencia Episcopal, 256.587 personas tomaron la sangre y el cuerpo de Cristo en el 2007 por primera vez. Año a año, la cifra ha ido descendiendo paulatinamente hasta los 238.671 contabilizados en 2016, último año disponible. ¿Son muchas o pocas las 238.671 primeras comuniones del 2016? Teniendo en cuenta que, según el INE, ese mismo año había en España 493.217 niños y niñas de 9 años, tanto españoles como extranjeros, la conclusión es que casi la mitad de los chavales (48%) hacen la primera comunión.

Los sociólogos consultados aseguran que la primera comunión es una «presión social y cultural», un acto familiar fomentado por los colegios religiosos. «Los padres suelen sentir que es un reconocimiento en su papel como buenos padres cuando sus hijos están ya a un paso de la preadolescencia. Es una manera de mostrar que son una familia modélica y que se han responsabilizado de llevar a sus hijos a la catequesis previa. Pasada la primera comunión, no hay presión para que continúen en la fe católica», explican.

Hace unos meses, el catedrático de la Carlos III (Madrid) Carlos Elías preguntó en su clase cuántos alumnos españoles (unos 60 de un total de 70 chicos y chicas de 20 años) habían hecho la primera comunión. Los estudiantes estadounidenses del aula estaban convencidos de que serían muy pocos. Sin embargo, se sorprendieron al ver cómo todos sus colegas españoles levantaron la mano. «Puede que los padres sean laicos, pero renuncian a esa laicidad por el compromiso social que supone la primera comunión. El ambiente, promovido por los colegios religiosos, que son muy militantes, hace que todos los niños la quieran hacer. El que se queda sin ceremonia siente envidia. No comprende por qué no tiene fiesta ni regalos. Los padres ceden. A esas edades la socialización es muy importante», afirma Elías, miembro del grupo de investigación en la universidad Carlos III de Periodismo y Análisis social.

MISTICISMO Y NO CIENCIA / Elías, que además de periodista es licenciado en Química, recalca a esos niños que ir a tomar el cuerpo y la sangre de Cristo es incompatible con la ciencia, la química y el modelo atómico. «Los átomos son indivisibles. ¿Cómo se hace esa transformación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, con hemoglobina o sin ella?», pregunta irónico. Esa incongruencia científica de la eucaristía, precisamente, está desarrollada en el último libro del catedrático de la Carlos III: Science on the ropes (Ciencia entre las cuerdas), editado por Springer. «La comunión es una manera de iniciar a los chavales en el pensamiento místico y no científico. Es importante para los colegios religiosos porque así siguen manteniendo a la gente en la fe y alejados de la ciencia», concluye Elías.