Madrugada del 16 de diciembre del 2005. Una fecha imborrable para Ricard Pinilla (Barcelona, 1987) y para la familia de María Rosario Endrinal, la indigente que dormía en un cajero de la zona más acomodada de Barcelona al que tres adolescentes, uno de ellos menor de edad, prendieron fuego con ella dentro. Las quemaduras acabaron con la vida de la mujer dos días más tarde. Un capítulo funesto que marcó el descenso al abismo y destrozó la vida de Ricard, como también la de la familia de María Rosario.

Casi 12 años después, ya en régimen abierto, Pinilla describe a este diario el por qué de aquella crueldad sin límite. "Yo era un adolescente perdido, con infinidad de carencias, que me adentré en una etapa de violencia gratuita a la que puse punto final dando muerte a una persona. Era una indigente, pero qué más da, era una persona", recuerda. Es su relato del crimen que desgarró a la opinión pública y por el que fue condenado a 17 años de prisión.

Odio y maltrato

La atrocidad que escupen las imágenes grabadas el día de los hechos por la cámara del cajero del banco son su principal mortificación: "Me resulta incomprensible comprobar cómo pudo salir tanto odio de dentro de mí. Cómo pude llegar a ese punto de maltrato. Aún hoy, casi 12 años después, me parece imposible". Aquellas imágenes forman parte de la memoria colectiva. Ricard y Marisol López (Sabadell, 1966), han participado este martes en Barcelona en la jornada 'L’estigma penitenciari', organizada por las Entitats Catalanes d’Acció Social (ECAS), para reivindicar el derecho a las segundas oportunidades. Núria Iturbe, miembro de la Comisión del Ámbito Penitenciario y Ejecución Penal de la entidad, añade que "solo así se puede evitar que vuelvan a reincidir y se construirá una sociedad más justa y cohesionada".

Este joven de 30 años, que se considera una nueva persona, se somete a una 'lapidación' pública como una especie de terapia para intentar curar la muerte sinsentido de María Rosario. Por eso narra, a cara descubierta, el suceso. Hace un año ya concedió una entrevista a modo de bálsamo sanador. "Lo que intento es que mi dolor sirva para algo, por eso no me escondo. Siento que le debo algo a la sociedad", relata.

La losa del dolor

Pinilla, estudiante de un grado superior de Informática, dice que ya hay días en los que no se acuerda del delito que cometió, pero afirma que el dolor que siente "no se disuelve en la nada", y que le pesa "como una losa". Quizá por ello está intentando, a través de los servicios penitenciarios, un proceso de mediación para hablar con la madre y la hija de María Rosario "pero no están receptivas". Lo entiende, no necesita el más mínimo argumento para comprenderlo: "Lo que hice me supone una deshonra absoluta". ¿Qué es lo que quiere explicarles?. "Son cosas que me reservo para ese momento. Es un tema muy espinoso, supondrá otro descenso a los abismos", afirma.

Ricard describe su existencia como "el desengaño de una vida". Era un joven sin rumbo, sin nada y ya caminaba derecho al precipicio. "Quizá todo hubiera sido distinto si hubiera tenido de pequeño el cariño que necesitaba. Yo he tragado mucho odio y vivido muchos conflictos en una familia desestructurada, ahora en la ruina, pero entonces rica".

Ese desamor sigue formando parte de su discurso tras su paso por cinco recintos penitenciarios de Catalunya. "Los odiaré siempre porque me han jodido unos años que no me los devolverán", argumenta. "Yo pongo la cara y el que me quiera escupir que lo haga. Es muy fácil criticarme por lo que hice, pero por mucho mal que haya hecho no tienen porqué apedrearme", explica. Pero la primera pedrada ya la recibió el día que ingresó en prisión de jóvenes de La Trinitat cuando asegura que "un grupo de unos 20 presos" les propinaron una paliza. "Se pudo evitar pero los vigilantes no quisieron". zanja.