En el mundo de la cosmética, en el que se juega con la promesa de la instantánea belleza y la eterna juventud, es fácil caer en premisas engañosas. Hay productos que bajo el amparo de la ciencia se promocionan como la solución definitiva para eliminar todas y cada una de las imperfecciones de la piel de manera instantánea y con resultados permanentes. Ante estas llamativas afirmaciones, los expertos recuerdan que los productos milagrosos no existen y que, ante la duda, sentido crítico.

«Todos los cosméticos que están en el mercado son seguros, pero no todos son realmente eficaces», sentencia la doctora Petra Vega, presidenta de la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME). «La regulación vigente exige que todos los productos pasen unos estándares de seguridad con los que se garantiza que no vayan a tener efectos secundarios. Más allá de esto, la regulación vigente no les exige que aporten evidencias científicas sólidas que justifiquen su funcionamiento», argumenta Vega, quien también ejerce de asesora para el proyecto Web Médica Acreditada del Colegio de Médicos de Barcelona, una iniciativa con la que se destacan las webs con información científica veraz.

INGREDIENTES DUDOSOS / «Los fotoprotectores, los retinoides y los hidroxiácidos disponen de una evidencia científica consolidada que avala su eficacia. Sin embargo, otros muchos compuestos (como los filamentos de oro, los extractos de ADN o el caviar) no disponen de estudios de calidad con los que se demuestre su validez», comenta la doctora Lorea Bagazgoitia, autora del Blog de Dermatología y del libro Lo que dice la ciencia sobre el cuidado de la piel. «Muchos productos antienvejecimiento y antiarrugas, por ejemplo, carecen de efectos realmente palpables», añade la dermatóloga, quien destaca la importancia de confiar en los compuestos avalados por estudios científicos contrastados.

Ejemplo de las falacias son los tratamientos cosméticos que el bioquímico José Manuel López Nicolás desmonta en el libro Vamos a comprar mentiras. En la mayoría de casos, según argumenta el divulgador científico y también autor de Scientia, estamos ante «tratamientos de belleza que no son lo que parecen y que basan su éxito en el marketing pseudocientífico y no en el rigor». Ingredientes tan llamativos como el ADN, las proteínas de la juventud, las células madre vegetales, las bifidobacterias, la sirtuinas y los rayos infrarrojos se sitúan en un dudoso limbo de efectividad. Lo mismo ocurre con los reclamos basados en los ingredientes que el producto no lleva. La falta de parabenos, por ejemplo, no sería a priori garantía de nada.

MARKETING CIENTÍFICO / Ingredientes aparte, no es extraño que el halo de la ciencia se utilice como reclamo para vender productos cosméticos. En muchos casos, sin embargo, los expertos argumentan que la ciencia solo se utiliza como una estrategia más de marketing. «Hay ingredientes que sí han demostrado su eficacia y otros muchos que se utilizan como reclamo para marcar la diferencia de un producto a otro», argumenta Raquel Marcos, química y responsable del proyecto de divulgación Ciencia y cosmética. «Los compuestos más rebuscados no añaden eficacia, sino que mejoran el aspecto sensorial. Es decir, añaden color, olor y textura y esto hace que el usuario cambie su percepción sobre el producto», añade.

Aun así, el uso de estos insólitos productos es validado bajo la apariencia científica. Es el caso, por ejemplo, de los cosméticos que, como si de una norma se tratara, «satisfacen a nueve de cada 10 usuarios». «Los estudios basados en la subjetividad chocan directamente con los estándares de la evidencia científica. Si queremos demostrar la eficacia real de una crema hay que llevar a cabo un ensayo clínico, no pedir la opinión a un grupo de consumidores. Esos resultados pueden ser útiles para evaluar la recepción del producto, pero no pueden entenderse como una prueba de eficacia», comenta la doctora Vega.

«Lo más importante para saber qué estamos comprando es fijarse en la letra pequeña», reafirma Vladimir Sánchez, químico, investigador y divulgador.