He Jiankui está solo. Abandonado por su universidad, sus colegas y su país desde que ayer anunció el nacimiento de los primeros bebés con ADN modificado. Estaba preparado para las críticas, aclaró, pero es dudoso que intuyera la lapidación global. No es raro que los avances médicos generen anticuerpos. Cuarenta años atrás, cuando nació la primera niña probeta, muchos defendían que la ciencia no debía dar hijos a quienes la naturaleza se los negaba, la Iglesia católica no demoró su condena y el informe Warlock, redactado por médicos, recomendaba reservarla sólo a parejas estables. El tiempo dirá si He fue un pionero o un Frankestein tronado e inmoral. El biólogo chino, quien vaticinó que su hallazgo empequeñecería a la fecundación in vitro, quizá confíe en el juicio de la Historia para soportar su desolador presente.

Los indicios no abocan al optimismo. El Gobierno chino, que aliña con pompa los avances científicos patrios, se ha desmarcado. La Comisión Nacional de Salud ha ordenado una «profunda investigación y verificación» de su estudio. La máxima autoridad médica tiene la potestad de detener cualquier experimento si atenta contra la ética o la seguridad sanitaria. Sus responsables sostienen que desconocían el trabajo de He y que su publicación en internet les dejó tan atónitos como al resto, según la prensa nacional. También la Universidad de Ciencia y Tecnología del Sur de Shenzhen ha alegado ignorancia. El centro acusó ayer a He de serias violaciones del código ético y de conducta y afirmó que desarrolló su trabajo durante una baja no remunerada. «La universidad solo autorizó experimentos con animales. Si nos lo hubiera planteado, lo habríamos discutido», ha revelado Chen Yonglong, subdirector del comité ético de la universidad, al diario hongkonés South China Morning Post.