Al ver que llegaba el fuego, Angelos se encerró en su casa esperando que las llamaradas no llamasen a la puerta y deseando que todo fuese una broma pesada o una pesadilla. Tuvo suerte porque el fuego, al final, pasó de largo; aunque sólo a medias: su casa quedó intacta pero su coche es pura ceniza inidentificable. Ahora va en moto, y el único sentimiento que tiene es de rabia. «Es imposible que 11 incendios declarados en 20 minutos sean por causas naturales. Esto lo ha hecho alguien. No sé por qué motivo, pero esa persona es una mal nacida», dice.

Angelos, ahora, intenta ayudar a vecinos y amigos de Rafina -una de las localidades más afectadas por el fuego declarado este lunes- que han perdido mucho más que él. Toda la gente que ha muerto por el fuego, 80 personas, lo han hecho aquí, entre Rafina y Mati —un poco más al norte. Hay, además, 180 heridos —11 de los cuales en estado muy crítico— y varias decenas de desaparecidos. El Gobierno griego avisa que, precisamente por esto, la cifra de muertos puede incrementar. Podría, dicen, superar el centenar.

Al ver las cifras y la zona queda claro por qué este ha sido el incendio más letal del siglo XXI en Grecia: Mati y Rafina, a escasos 30 kilómetros de Atenas, consisten en casas de construcción casera desperdigadas entre pinos y una maleza seca que, en el mejor de los casos, mide de alto como una persona. Estos dos pueblos eran un polvorín preparado para los fuegos artificiales de verano.

«El problema fue que mucha gente, al ver que venían las llamaradas, fue hacia el mar, y en Mati sólo hay un camino que llega allí. Todo lo demás son acantilados. El camino quedó colapsado y mucha gente quedó atrapada mientras el fuego avanzaba hacia ellos», explica Angelos, que, dice, no tiene nadie cercano que haya perecido en el fuego. Mati es ahora un esqueleto negro de lo que antes fue: cementerio de árboles caídos, casas sin paredes, y coches derretidos y cubiertos de una capa de ceniza y polvo gris que huele al recuerdo oscuro del lunes por la noche. Entones, el fuego estaba desbocado y avanzaba, atizado por un viento a casi 100 kilómetros por hora, hacia las casas. Los que pudieron se lanzaron al mar, donde la Guardia Costera griega y barcos privados rescataron a unas 700 personas. Pero Mati y Rafina son pueblos de vacaciones donde habita, en gran parte, gente mayor. Muchos no fueron capaces de escapar.

Ahora, los vecinos que huyeron vuelven a sus casas a salvar lo que puedan y tirar lo inservible. Dos días después, en Mati, reina una calma y un silencio tristes: poca gente habla porque hacerlo significa recordar. Pero la pesadilla aún no ha terminado. Más al oeste, en la localidad de Kineta, el fuego sigue activo y descontrolado. Las previsiones meteorológicas aseguran que este jueves lloverá y que, con el agua, la crisis terminará. Pero es miércoles, el sol es imperial y el calor, inclemente. El fuego y el riesgo siguen vivos.

LUTO NACIONAL / «Es una tragedia indescriptible. Investigaremos qué ha pasado cuando llegue el momento», ha dicho el primer ministro griego, Alexis Tsipras, que ha declarado el estado de emergencia en la región de Ática y tres días de duelo nacional. La principal hipótesis del Gobierno es que los incendios, siete simultáneos cerca de Atenas, han sido provocados.

El padre de Anastasios tiene un dedo que es oro. «Maradona tendría envidia. Él tuvo la mano, pero mi padre tiene el dedo de Dios —dice y ríe Anastasios, hombre de 60 años, cuya casa, en Mati, ya no existe—. El lunes por la tarde le dolió el dedo y se fue al hospital. Cuando llegó el fuego ya no estaba en casa. Tiene 87 años, así que seguro que hubiese muerto». Anastasios se lo toma con humor y disfruta enseñando lo que, hace dos días, era la casa de su padre. Ya no quedan ni escombros porque el edificio era de madera por completo.

Mientras habla, sin embargo, el enfado empieza a surgir. Se nota por la expresión de su cara que va subiendo y subiendo, hasta que, de la presión, no puede más y estalla: «Es una vergüenza lo que ha pasado. Me importa una mierda si el incendio fue natural o provocado. Los bosques están tan sucios que la propagación ha sido imparable. Llevan años abandonados. El gobierno tiene el dinero para mantenerlos, pero les da absolutamente igual».

Anastasios está encendido e imparable; necesita sacárselo de encima: «Y además han sido lentos. Para cuando se dieron cuenta el incendio ya era incontenible. De acuerdo, pidieron ayuda a otros países, pero ¿para qué? En el tiempo en que tardaron en llegar ya había muerto mucha gente».