"Los chicos llegan con la lección bien aprendida: quieren ponerse a trabajar de inmediato y buscan irse a Cataluña, el País Vasco, Asturias o Francia". Las asociaciones que trabajan con menores extranjeros no acompañados, los mena en el argot administrativo, lo tienen claro. Quien se lanza al agua para cruzar el Mediterráneo lo hace acuciado por la necesidad y en pos de su proyecto vital, y aunque su primera parada es Andalucía, se trata simplemente de la primera escala de su camino. Coinciden también las organizaciones: nunca habían vivido un verano como el de este año, que ha colapsado los servicios sociales.

Los datos de Cruz Roja son abrumadores. Hasta octubre han atendido a casi 15.000 inmigrantes en la Frontera Sur (Andalucía, Ceuta y Melilla). Unas cifras que no se veían desde el 2006, y que los expertos atribuyen al bloqueo de la ruta por el Mediterráneo central después de que Turquía rechazara seguir acogiendo migrantes y la UE empezara a formar a los guardacostas libios, pero también al aumento de la inestabilidad en el norte de Marruecos, del hambre y los conflictos en otros países africanos. Entre los rescatados, llama la atención el número de menores, que en lo que va de año están ya muy cerca de los 3.000. Y con el buen tiempo el goteo no ha cesado durante el principio del otoño: este mismo martes era localizada una embarcación en Tarifa con 10 menores a bordo.

La situación ha desbordado los servicios andaluces en provincias como Cádiz o Granada, tradicionalmente consideradas zonas calientes. En julio, el gobierno andaluz tuvo que actuar de emergencia y liberar 1,4 millones de euros para habilitar centros temporales y ampliar 100 plazas, una cifra que fue creciendo con el paso de las semanas porque "no se da abasto", cuenta Nicolás Torres, responsable de las Unidades de Acogida Temporal (UATE) de la Fundación Samu. Ellos se encargan de llevar a cabo una acogida inmediata de urgencia para estos menores, a veces incluso en cámpings ante la falta de espacio físico, como ocurrió este verano en Tarifa durante un par de días. Iban a ser soluciones puntuales, una estancia temporal a la espera de una plaza en un centro de menores. Pero los tiempos se alargan ante la saturación de los centros habituales. Así que hay que acostumbrase y ofrecer los mismos servicios que en los centros residenciales: iniciar la escolarización, regularizar el papeleo, protocolos sanitarios, actividades de ocio o enseñanza de español… También atención psicológica, porque al trauma del viaje en patera suman el desarraigo o las penurias pasadas hasta llegar a las costas españolas.

En su mayoría, en torno al 65%, son chavales magrebíes, y el resto lo componen jóvenes subsaharianos. El grueso de los chicos que llegan tiene entre 15 y 18 años. Los centros donde permanecen los muchachos, porque chicas que lo intentan se cuentan con los dedos de una mano, funcionan bajo la fórmula de acogimiento residencia en régimen abierto. Es decir, no tienen ninguna traba a la hora de entrar o salir porque no han cometido delito alguno, y aunque suelen moverse acompañados de monitores, no son pocos los que aprovechan la mínima ocasión para fugarse.

A zonas con más opciones

"Tienen su propio proyecto vital, que no siempre coincide con lo que se les ofrece en los centros", lamenta José Miguel Morales, secretario general de Andalucía Acoge, "porque básicamente son espacios para guardarlos, no donde sientan oportunidades de desarrollo y se largan a veces incluso sin esperar a tener la documentación". Se trasladan a aquellos sitios donde tienen conocidos, algún referente familiar o bien allí donde las familias han pagado a las mafias de tráfico de personas porque creen que dispondrán de más opciones y recursos.

"Andalucía es el primer tramo del camino, no es nuevo que vayan a Cataluña, donde hay mayor densidad de inmigrantes y además, están más cerca de otros países europeos", indica Morales. Torres apunta además que "no quieren quedarse en la costa porque piensan que al estar más cerca de Marruecos, será más fácil repatriarles, desconocen que al ser menores no se puede".

Frente a las preocupaciones propias de su edad, ellos llevan una pesada mochila a sus espaldas. "La mayoría soporta mucha carga, y acaban peor de cómo llegaron, agobiados, con ansiedad y problemas de conducta porque la familia pide dinero desde el minuto uno, piensan que aquí poco menos que los billetes se recogen por la calle", explica Torres. "Y hay que hacer un trabajo pedagógico con ambos para explicarles que no, que por ley no puede empezar a trabajar hasta la mayoría de edad y que primero el chico de 15 años tiene que formarse, no llega y empieza a trabajar, como se piensan las familias".