Está de regreso de Noruega donde escaló una pared que lleva directamente a una cabaña que construyó el filósofo Wittgenstein en el fondo de un fiordo. Hacía 30 años que Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) no utilizaba cuerdas y mosquetones y se ha vuelto a ajustar un casco para algo que podría parecer un deporte y en realidad es una performance artística. Así es él. Haciendo cosas que se conectan y crecen para alcanzar nuevos significados. Explorando nuevas vías, disfrutando en esos recorridos que llevan la narración a lugares inexplorados. Su última ruta trazada es 'La trilogía de la guerra' (Seix Barral) que le hizo ganar el Biblioteca Breve. La novela lleva al lector a un viaje global desde Galicia, pasando por Montevideo y Nueva York, hasta llegar a las playas de Normandía.

Da la impresión de que con 'Trilogía de la guerra' ha dado un salto significativo en su trayectoria y se ha vuelto más narrativo. ¿Quería captar más lectores? No conscientemente. Creía que no podía mantenerme prisionero de lo que ya había hecho, así que he escrito esta novela para aprender a escribir de otro modo. Mi intención era seguir plasmando mi mundo.

Y sigue estando ahí, pero sí resulta algo más acogedora para el lector. Me alegro porque creo que el escritor o la escritora no debe ponerse nunca por encima del lector o demostrar que es más inteligente. Al revés, lo que debe es acompañar al lector en ese viaje. Nunca he escrito para agradar a nadie, pero tampoco para desagradar.

¿Cuál era la idea de partida de ese viaje que entrelaza subterráneamente tres novelas aparentemente independientes? Nace de varias experiencias. La primera es mi visita a la isla de San Simón, en Galicia, un lugar que albergó un campo de concentración durante la guerra civil y mi necesidad de dar una explicación a lo que yo sentí allí. Más tarde recordé la historia de los cuatro astronautas en el primer alunizaje, los tres ya conocido y uno en ‘off’, apócrifo, que era quien sacaba las fotos; esa era una vieja idea rescatada de cuando tenía 20 años. Y de repente, vi un horizonte por el que continuar y eso me llevó a Normandía.

En todas esas historias están los muertos, como un sustrato de nuestras vidas. Y las guerras, su mayor fábrica. En la primera novela, un personaje habla de cómo se fundó Central Park, de los fósiles que se encontraban quinientos metros más abajo y se han recolocado en la superficie. La idea es que estamos caminando sobre los muertos pero tenemos que reactualizarlos y devolverles la vida a cada momento.

El mundo concebido como representación gracias a internet y las redes sociales es uno de sus grandes temas que aquí regresa. Quizá lo he tratado ahora de una forma menos filosófica. También se habla de temas culturales, está la idea de cómo la mentira convierte a alguien en enemigo en la cultura protestante. Y sin embargo, en la católica es todo contrario. La crisis económica que hemos tenido y aun tenemos en Europa tiene que ver con el eterno conflicto entre el protestantismo del norte y el catolicismo del sur.

Y así nos trataron los alemanes. En esta ocasión uno de sus grandes referente ha sido W. G. Sebald. Me interesa mucho su forma de escribir, esa especie de espiral cada vez más profunda que traza su narrativa y de la que como lector te dices que no vas a salir nunca y de algún modo inesperado acabas saliendo. Eso unido a la minuciosidad de sus descripciones, a cómo los pequeños detalles son los que diferencia una buena narración de otra no tan buena. Además es una idea borgiana, el aleph, el punto que contiene todos los puntos del universo.

Y como Sebald, también se vale de fotografías. Pero no muchas. No quería que pareciera una imitación porque no lo es. Sebald aparece casi como un personaje en la parte de Normandía. Esas playas me sirven para hablar de la forma en que la Unión Europea admite o no a los migrantes y de cómo la atomización de los nacionalismos la están poniendo en peligro.

Su forma de observar es como el zoom del Google Map, en un segundo puede fijarse en el menor detalle y al siguiente tener una mirada macroscópica y global . Es que la literatura va de la minucia a la generalidad y es lo contrario a la filosofía o la historia, grandes ideas que bajan a lo más concreto.

¿Qué es lo que puede expresar la novela que jamás podrá hacer la filosofía o la ciencia? Eso es algo que me he preguntado mucho. ¿Qué sentido tiene escribir una novela cuando hay otros géneros que van más directos y son más analíticos respecto a las cosas? Lo que a mí me sirve es pasar por el filtro de mi poética la historia, la ciencia, la política o la antropología, como si fuera un test. Si el resultado de ese filtrado no convierte al texto en otra cosa, no vale. Creo que la novela es una forma de construir el mundo un tanto mágica.