Los terremotos causados por el almacén de gas Castor en Tarragona y Castellón no son episodios aislados. Decenas de secuencias sísmicas se desencadenan cada año en todo el mundo como resultado de la actividad humana. Las causas son diversas: el colapso de una mina, el peso de un rascacielos, el llenado de una presa, el fracking, etcétera. Los temblores inducidos han llegado a causar muertos y a rozar los 8 grados de magnitud, una energía superior a la de la bomba más potente.

Así lo manifiesta el mayor registro de terremotos antropogénicos: una colección de 720 proyectos llevada a cabo entre 1868 y el 2016, asociados con secuencias de terremotos. Un total de 498 de estos proyectos se desarrollaron en los últimos 50 años, a partir del 1967.

El catálogo se publicó el 4 de octubre en la revista Seismological Research Letters por un equipo de investigadores de las universidades británicas de Durham y Newcastle, por encargo de la petrolera holandesa NAM.

«No hay que entrar en pánico, pero tenemos la responsabilidad de investigar y reducir el riesgo», afirma Miles Wilson, geólogo y coautor del trabajo. «La sismicidad tectónica tiene mucho más impacto, pero es ine-vitable. La antropogénica se puede controlar en parte», argumenta Stanis?aw Lasocki, experto del Instituto de Geofísica de la Academia Polaca de Ciencias, no implicado en el proyecto.

ACTIVIDAD ANTROPOGÉNICA / Wilson y sus colegas han hecho una recopilación exhaustiva de los artículos científicos que alegan una vinculación entre seísmos y proyectos humanos. «Es una base de datos monumental», afirma Antonio Villaseñor, investigador del Institut de Ciències de la Terra Jaume Almera del CSIC en Barcelona. «Sin embargo, a veces es difícil decir si un terremoto es realmente inducido o no», alerta.

En el caso del Castor hay pocas dudas, porque los temblores aparecieron justo después del proyecto en una zona que no era sísmica. En otros casos, como los terremotos de Emilia Romagna (Italia) del 2012, no está claro: ocurrieron en una zona donde se extrae petróleo y gas, que, sin embargo, ya había temblado antes. «Mucha parte de la energía liberada en casos como ese es de origen natural. No obstante, la actividad antropogénica podría ser la gota que colma el vaso», replica Wilson. En estos casos, los expertos aseguran que los terremotos debidos a la actividad humana se han «disparado».

«La variedad de actividades industriales potencialmente sismogénicas ha sido una sorpresa», escribe Wilson. Todo lo que conlleva mover masa en superficie, inyectarla en la tierra, extraerla o removerla con explosiones puede tener un efecto.

La parte del león se la llevan la minería (37% de los proyectos registrados) y el llenado de presas (23%). En 1989, por ejemplo, el colapso de los túneles de una mina en Alemania generó un terremoto que devastó el pueblo de Düren, matando a tres personas. En 1967, un seísmo de 6,3 grados mató a 180 personas en la India cinco años después del llenado de la presa de Koyna.

«Hoy, la sismicidad inducida es un asunto muy serio, sobre todo en sitios donde se está haciendo extracción e inyección masiva», dice Villaseñor. El investigador se refiere a la extracción de gas y petróleo (15% de los proyectos) y energía geotérmica (8%), y a la inyección de agua residual para deshacerse de ella (5%), como pasa en los campos petroleros, o de líquidos para fragmentar la roca y extraer gas, el llamado fracking (4%).

La inyección de agua ha provocado terremotos en los campos petroleros de Oklahoma, Texas y Kansas. «En Europa, el campo de gas de Gröningen (Holanda) ha empezado a temblar en los últimos años», explica Villaseñor.

Entre las causas más sorprendentes figuran las explosiones nucleares (3%) e incluso la construcción de grandes edificios. El rascacielos de 500 metros Taipei 101 (Taiwán) fue asociado con una veintena de temblores de hasta 3,8 grados.

NAVARRA / Además del Castor, en España destaca la sismicidad continua de la presa de Itoiz en Navarra, y el terremoto del 2011 en Lorca, asociado con la extracción de agua (como el 1% del total). «Se sacó mucha agua para el riego y la tierra se hundió. No está probado al ciento por ciento, pero parece que hay una relación», explica Villaseñor.

«Para eliminar la sismicidad inducida deberíamos parar toda actividad humana que influye en ella, lo cual es imposible. Pero el riesgo se puede reducir monitorizando sísmicamente los proyectos», explica Wilson.

Los expertos coinciden en que se están aplicando las medidas correctas. A raíz del Castor, muchas instalaciones en España están monitorizadas con un sistema de semáforo sísmico, explica Villaseñor: con el rojo, se paraliza la actividad y con el amarillo se ralentiza.