La ira es una emoción básica en todo ser humano, y está sus pensamientos y reacciones están directamente unidas al enfado. La tendencia general es separar nuestras emociones en positivas o negativas. Realmente, esta distinción no se ciñe a la realidad: Toda emoción es válida y útil. Es el valor emocional que nosotros le otorgamos lo que cambia su forma de verlas.

Las emociones surgen de nuestra evolución y se consolidan con la experiencia y la cultura. Cada emoción nos da en todo momento información sobre cómo nos encontramos y las necesidades que debemos satisfacer. Muchas de ellas obedecen a una función biológica, como alimentarnos, y otras son más sociales, como el enfado en una discusión. Pero siempre son útiles.

Con el paso de los años, por la convivencia social y la educación, tendemos a reprimir ciertas emociones. La tristeza o el enfado, al ser consideradas negativas, son las más reprimidas. Nos censuran al expresarlas cuando somos pequeños y después no son bien vistas en la etapa adulta. De esta forma, no logramos expresar lo que sentimos. De hecho, muchas veces, tampoco somos capaces de identificar nuestras emociones. Tristeza y enfado son las que más se confunden entre sí.

Causa de la ira

Las causas del enfado no siempre son concretas. Un hecho a priori neutro, al ser analizado, acaba generando ira y frustración. Otras veces, ocurre el efecto contrario, no surge la ira cuando debe surgir.

La baja tolerancia a la frustración, la humillación o ser ignorados son detonantes de la rabia. Su grado depende de nuestra educación.

El hecho desencadena un nivel relativo de enfado que aumenta o disminuye en función de nuestra cultura, nuestra experiencia y los valores recibidos.

Maneja tu ira

La ira, aunque tenga una función, no siempre es proporcional y acaba desbordando a quien la sufre. Manejarla y gestionarla aumentarán el bienestar y las relaciones personales.

- Ira y miedo van unidos. Cuando sentimos que invaden nuestro espacio personal o cuando nos sentimos amenazados, existen dos opciones: o nos alejamos o atacamos. La primera opción genera tristeza, la segunda es fruto del enfado. Identifica el miedo que hay detrás el enfado que sientes.

- Acepta el miedo. ¿Por qué aparece el miedo? ¿Es normal lo que sientes? Permite que el miedo surja, acéptalo como tuyo. Si permites las emociones, independientemente de su malestar, dejarás de luchar contra ellas y reducirás enormemente el estrés y el posterior enfado.

- Quiérete más. La baja autoestima genera predisposición al miedo y al enfado. La falta de seguridad y confianza es lo que suele haber detrás del temor. Las personas seguras no necesitan agredir para reafirmar su identidad, no levantan la voz ni se sienten amenazadas. Trabaja tu autoestima y tu confianza para reducir el miedo y la ira.

- Fluye con tus emociones. Reconoce tus emociones, aquellas que parecen positivas y las negativas. Potencia las primeras y acepta y deja ir las segundas. Todas tienen una función y te avisan de tus necesidades, pero quedarse atado a ellas es siempre una libertad personal.

- Potencia el cambio. Etiquetar tus emociones, aceptarlas y mejorarlas son requisitos indispensables para una vida óptima. Pero debes trabajar en ello. No basta con querer que se produzca el cambio. Debes ser tú quien lo impulse.

Cada persona tiene sus propias necesidades y una forma distinta de relacionarse en el mundo. Sus emociones son producto de su vida, de la acumulación de acontecimientos, pero también de lo que le han ocurrido durante el día. Reconocer el enfado, saber que tiene su origen en el miedo y la inseguridad es el primer paso para manejar una emoción tan fuerte como peligrosa.