No todas las mujeres calvas han padecido un cáncer. Ni todas las que llevan peluca, han sido tratadas con quimioterapia. Existe una patología, la alopecia areata, que hace que algunas personas, incluso en la infancia, pierdan, de repente, todo el pelo de su cuerpo y sientan, con ello, que se les borra la cara, su identidad y que la enfermedad no les matará, no, pero les cambiará sus vidas para siempre. A día de hoy, no tiene cura y aunque con tratamientos, algunos muy agresivos, el pelo puede volver a crecer, también se puede perder una y otra vez.

Esta enfermedad afecta al 2% de la población y su incidencia va en aumento. Se ha convertido ya en la segunda causa de consulta médica más frecuente sobre problemas capilares, según el doctor Sergio Vañó, dermatólogo del Ramón y Cajal y uno de los impulsores de una pionera terapia grupal, que se desarrolla en el hospital madrileño, y está destinada a ayudar psicológicamente a las personas afectadas.

Porque, sobre todo para mujeres que pierden todo su pelo, el no encajar en los cánones de belleza, les provoca ansiedad, depresión, insomnio, alteraciones en la autoestima o comportamientos obsesivos como mirarse continuamente en el espejo y contar los pelos que nacen o pierden. La enfermedad les afecta a nivel laboral, porque no encuentran trabajo o bien las estigmatizan, y también personalmente, dado que muchas tienden a encerrarse en casa, al sentirse como monstruos. Algunas, incluso, planean o llegan al suicidio, de ahí la necesidad de un abordaje psicológico.

Mejoras en la calidad de vida

Hasta el momento han participado en la terapia 12 mujeres y el abordaje en grupo, dirigido por la psicóloga clínica Patricia Fernández, ha logrado que, en un año y con sesiones quincenales o mensuales, las asistentes hayan percibido progresos en su calidad de vida y de sueño. Aún no hay mejoras en la ansiedad y depresión, pero esa sintomatología les influye menos, ya que les enseñamos a manejar la incertidumbre con tareas diarias, explica la psicóloga.

Las pacientes lo corroboran. Asisten mujeres que sufren la enfermedad desde muy jóvenes. Algunas están completamente calvas y esconden esa situación con una peluca. Otras solo en invierno, porque en verano el pelo artificial les da mucho calor. Otras tienen pelo, pero corto. Y otras son unas recién llegadas a la vida sin pelo, pero en la terapia toman conciencia de que el problema no es que salga de nuevo el bello, sino mantenerlo.

Para algunas, peor que el cáncer

"Yo he pasado por dos tumores y lo he llevado mejor que esta enfermedad porque sabía que tenía principio y final y, si no, me moría. Esto se escapa de nuestras manos, no hay control, he tenido 17 recaídas en 20 años, es como si alguien tiene un brazo y se lo quitan, se lo ponen, y se lo quitan, así indefinidamente. No tienes ya ni ilusión de que salga de nuevo el pelo, porque empieza el temor a que se caiga de nuevo, con lo cual nunca estás bien", explica una de las pacientes.

Otra asiente y comenta que estuvo un mes sin poder entrar en la bañera, porque vomitaba al comprobar como se le caía el pelo a matojos. Mientras otra relata que cuando se desencadenó la enfermedad, con 18 años, se encerró en su casa, tapó los espejos y ni si quiera quería que la vieran sus padres porque se sentía como un monstruo. Es muy duro que te digan que no hay solución y que no se puede hacer nada por ti, añade.

La ayuda psicológica

Para frenar la caída o lograr que el pelo vuelva a crecer, existen varios tratamientos, algunos lesivos con corticoides, que provocan que la vida del paciente se convierta en una noria. Dos días era como si me hubiera esnifado un camión de coca y no podía ni dormir y otros dos me quedaba sin fuerzas, explica una de las enfermas. De hecho, no todas han sido capaces de seguir con este tratamiento hasta el final, mientras que la mayoría sí necesita de ayuda psicológica, además de la terapia.

Y es que, aunque su entorno les repita eso de que solo es pelo, no te vas a morir, luchar contra los cánones establecidos de belleza es titánico, y sienten que necesitan ayuda. En primer lugar, para aprender a vivir siendo calva o llevando peluca. La lucha es conmigo misma, explican. En segundo lugar, para que la sociedad las acepte y no las trate como si fueran tontitas que necesitan consejos o que les dejen sentarse en el metro. Para ello, que visibilice la alopecia areata y que se vea como una enfermedad más, ayuda. Y, en tercer lugar, para que la medicina avance tanto que, algún día, se encuentre la cura.