Hoy, Martes Santo, me vienen a la memoria las palabras pronunciadas por Carlos Clementson, en su Pregón de la Semana Santa de 1981: «Toda Córdoba se hace entonces un inmenso templo abierto al cielo y al misterio recóndito de la noche andaluza, un templo vivo y rebosante de fe, de arte y piedad». Este año, ese templo será invisible, y sólo se hará presente en los templos y en las entrañas de la ciudad, pero, sobre todo, en el interior de nosotros mismos, de cada creyente, especialmente de los que forman parte de nuestras hermandades y cofradías. Si las procesiones colgaban de nuestras miradas palpitantes mensajes del cristianismo, en la policromía exultante de los pasos y en la belleza de las imágenes, este año, tendremos que recoger esos mensajes, directamente, de la vida de Jesucristo, en la lectura apasionada de su evangelio. Cristo nos ofreció las tres grandes tareas del ministerio apostólico, unidas todas ellas en la función de elevar la humanidad hacia Dios. Y no hacia un Dios abstracto, sino al Dios personal cuya vida debemos compartir todos los cristianos. La primera tarea consiste en una enseñanza doctrinal. La Iglesia, el pueblo de Dios, deberá mostrar la revelación a las naciones, transmitir cuanto el Maestro nos ha enseñado. La segunda tarea es de manifestación de lo sagrado. Los hombres no son espíritus puros. No bastará, por tanto, iluminar sus mentes. La iniciación intelectual hará de ir acompañada por una iniciación sacramental, en la que lo sensible sea signo visible de lo espiritual. Y una tercera tarea, quizás la más difícil, pero también la más apasionante: Los que crean tendrán que transformar su vida, con un testimonio audaz, siempre en vanguardia y en primera fila. Los creyentes tendrán que ser transformados. La Semana Santa de este año, en el silencio de nuestras calles y en la reflexión personal, nos invita a hacer presentes en nuestras vidas, los mensajes que nos transmitían las procesiones, mientras evocamos las palabras de San Agustín: «Los hombres signados con la cruz pertenecen ya a la gran casa, pertenecen a la Casa del Padre».