La Virgen de la Soledad, quizá porque técnicamente su hermandad podría hacer frente a imprevistos con su único paso, quizá por su austeridad y sacrificio franciscano o ese espíritu de San Francisco que solo guarda amor tanto a los hombres como a la naturaleza (lluvia incluida), decidió salir. Sin embargo, conscientes de que las previsiones meteorológicas no andaban para bromas, especialmente en el horario al final del recorrido, anunció que recortaría su itinerario de vuelta. Las comprensibles ansias de procesionar no están reñidas con la prudencia. Luciendo un calvario de flor variada con predominio de los tonos morados, La Soledad partió de su iglesia de Santiago camino de la carrera oficial, donde abrió una jornada incierta y especialmente fría. Su paso por la Catedral en silencio no pudo ser más conmovedor y el paso volvió a la puerta de Santiago, poco antes de las 11 de la noche, justo cuando arreciaba un inorportuno chaparrón.