Hoy, Jueves Santo, celebramos el Día del Amor fraterno, porque el amor es el argumento central del cristianismo. Un amor con unas características bien definidas: universal, eficaz, de obras y trascendente. Hoy comienza el triduo sacro, la celebración de los grandes misterios de la pasión y muerte de Cristo. El Jueves Santo nos ofrece cuatro grandes acontecimientos para los cristianos: el lavatorio de los pies, el discurso de despedida de Jesús, la institución de la Eucaristía, la institución del sacerdocio. Jesús no es nada razonable. Con el gesto incomprensible del lavatorio de los pies, nos enseña una cosa: lo que redime nuestra vida, lo que nos salva, no son las cosas razonables que hacemos. Sólo el exceso de amor puede acrecentar la vida. El Maestro se va. Ahora ha de enseñarles cómo deberá ser su vida cuando Él ya no esté. Pero Jesús no hablará de leyes, no señalará el estatuto jurídico de la Iglesia, ni les inundará de recetas prácticas para su apostolado. Todo eso ha sido ya dicho o apuntado a lo largo de su vida. Ahora trata de modelar sus almas, de incendiarles el corazón: «Os doy un mandamiento nuevo: ¡Amaos los unos a los otros como Yo os he amado!». Resume en pocas palabras cuanto les ha dicho en tres años de vivir y caminar juntos. Y esa palabra es la palabra “amor”. Ahora se trata de un amor desnudo, sin adjetivos, sin condiciones, sin límites. Un verdadero amor. “En esto conocerán que sois mis discípulos”. Por eso, Martín Descalzo en su Vida de Jesús nos deja esta frase tan hiriente como certera: «Un cristiano sin amor es un usurpador; una Iglesia sin amor será simplemente la gran apostasía, la gran mentira, la gran farsa». Hoy comienza el desfile de los personajes de la pasión: Judas, el traidor, del que el papa Francisco nos habló en su homilía de ayer, invitándonos a descubrir el Judas que llevamos dentro; Pedro, el que niega a su Maestro; los apóstoles, cobardes que huyen. Esta Semana Santa no tiene procesiones. Pero será cada uno de nosotros el «Cristo vivo», convertido en «procesión personal» de una fe radiante, de una esperanza sin límites.