H oy será un día muy diferente a como lo había imaginado. Hoy mis pasos no me llevarán a las puertas de la parroquia de San Lorenzo, ni por la tarde buscaré en la Catedral a la Virgen de la Concepción entre la plata de su palio, ni tampoco veré en San Andrés la belleza morena de la Virgen de la Esperanza.

No. No era como lo había imaginado. Sin embargo, esta Semana Santa que nos ha tocado vivir será distinta por muchos motivos. Será un buen momento para reflexionar, para buscar en el interior y encontrar lo que realmente es una cofradía.

Un buen momento para valorar la solidaridad de las hermandades ante esta pandemia donde cada una, dentro de sus posibilidades, está colaborando activamente, no solo materialmente, sino con el rezo a sus titulares para que esto cese cuanto antes y poder así dar normalidad a sus actividades.

Por ahora, solo queda eso, rezar a nuestros sagrados titulares por todos aquellos que están al pie del cañón en esta batalla contra el virus, así como por los enfermos y sus familiares, para que todos sientan el abrazo cofrade, ese abrazo sincero como aquel que nos damos en la casa hermandad o en la iglesia cuando ha acabado la estación de penitencia.

Así que pensemos que todo esto solo es un mal sueño, que en menos de lo que creemos habrá pasado un nuevo año y de nuevo el azahar nos avisará de que la Semana Santa está tan ansiosa como nosotros de volver a la calle para, una vez más, volver a abrir nuestros sentidos, a seguir embriagándonos de emoción y belleza, de la cera y el aroma de las flores, del incienso y los sonidos de las marchas, del color y el tacto de las túnicas de los nazarenos y la grandiosidad de nuestros pasos.