Quizá nadie en aquella lejana Semana Santa de 1985, cuando las inclemencias del tiempo frustraron la que debía haber sido la primera estación de penitencia en la Santa Iglesia Catedral del Santo Sepulcro, pensó que esa pequeña semilla de mostaza germinaría al cabo de los años como finalmente lo hizo. Aquella tarde gris de Viernes Santo, Dios de nuevo escribiría con renglones torcidos la historia de una victoria. El triunfo de un pequeño David ante la inmensidad de un Goliat alimentado en la desidia, la autocomplacencia y la frustración. Muchos años de dificultades, de esfuerzos e incomprensión. Una, por entonces, pequeña y humilde Hermandad del Sepulcro, sostenida por una irrepetible generación de cofrades, que aún hoy siguen manteniendo encendido el candil de la fe en la compañía, han sido testigos de excepción de ese crecimiento bello y fructífero de aquella providencia valiente, decidida y repleta de sentido. Una verdadera cornucopia de la cual emergen frutos que han llevado y llevarán a recrear la gloria de Dios cada Viernes Santo.

Aquella lluviosa tarde de Viernes Santo se desmontó la primera celosía que taponaba la redención de toda una ciudad con su pasado, con su historia... Aquella casi olvidada tarde de Viernes Santo fue preludio de la luz de un paso del duelo que ilumina las fauces oscuras del pecado del hombre para conducirlo ante el sagrario de la nueva alianza... Aquella tarde de Viernes Santo, en los apagados ecos de la historia reciente de nuestra corporación, se comenzaron a escribir una de las más bellas páginas de la ciudad de Córdoba: la Hermandad de la Inmaculada Concepción y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Señor Jesucristo del Santo Sepulcro y Nuestra Señora del Desconsuelo en su Soledad junto a la recuperación de la estaciones de penitencia en la Santa Iglesia Catedral por parte de una semilla de mostaza que hoy es árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas.

*Hermano mayor