Hoy es Viernes Santo, el único día del año en el que no se celebra la Eucaristía. La protagonista es la Cruz, adorada por los fieles en el transcurso de la celebración litúrgica, que comienza con el sacerdote postrado y los fieles arrodillados. La fuerza y la luminosidad de la cruz provienen y dimanan de Aquel que pende de ella. ¡Oh cruz, misterio de amor, entrega sin condiciones! Como susurran los versos de Gerardo Diego: «Por fin en la cruz te acuestas. / Te abren una y otra mano, / y un pie y otro soberano, / y a todo, manso, te prestas». En el Gólgota se escucha hoy esa gran pregunta que aúna mil interrogantes: «¿Qué hace Dios en una cruz?». La respuesta brilla para siempre en todos los horizontes de la tierra: «La cruz es Pascua. Debe hacerse Pascua. Porque la cruz no es sólo entrega, sacrificio y muerte; es, ante todo, vida, triunfo, resurrección». Por eso, el Papa Francisco, en su Exhortación apostólica post-sinodal, se dirige a los jóvenes con esta hermosa invitación: «Cristo te salva. Mira su cruz, aférrate a Él, déjate salvar, porque quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento». El rostro invisible de Dios se hace visible en el rostro humano de Jesucristo. Córdoba contemplará hoy estremecida el paso de la Soledad, sereno el rostro y el alma en carne viva; el Cristo de la Expiración, mirando al cielo; el Descendimiento, entre manos de ternura samaritana; la Virgen de los Dolores, la Señora de Córdoba, abrazando y aliviando nuestros dolores. Y la imagen del Santo Sepulcro, camino de la resurrección universal, mientras resplandece la cruz de la Pascua, sobre un firmamento cargado de nubes. Semana Santa: todo fue gracia al principio y todo será gracia al final. Porque como decía Papini: «Cristo, Tú nos eres necesario».