El Lunes Santo, este año especialmente, nos trae el recuerdo del Cristo de Ánimas, que en su estación de penitencia iba sembrando de silencio, derramándolo en las miradas emocionadas, a su paso por las calles de Córdoba. Ánimas, impresionante desfile de interioridades, adornaba la Semana Santa con su silencio, al compás del rezo del rosario, clamor de fe de su hermandad.

Recordaremos los versos de Antonio Gala: «En tu cuerpo desnudo, amor del viento, / beben su palidez las alboradas/ y en tus manos enclavadas,/ la luna siega en flor el sentimiento». Ayer echamos de menos al Cristo de las Penas, de Santiago; la agonía de Jesús, en el Huerto; la luminosidad de la Esperanza; el Amor, que llega desde el Cerro, y la silueta electrizante de Jesús Rescatado. El silencio engrandece estas imágenes de la Semana Santa de Córdoba que, en sus templos, contemplan la ciudad, enviándole esa «fuerza de lo Alto» que el papa Francisco evocara ayer en la misa del Domingo de Ramos, presentándonos a Jesús como «servidor» que da su vida por nosotros. El Papa quiso fijarse en esos dos terribles nubarrones que le introdujeron en la Pasión: la traición y el abandono, preguntándose con profunda sinceridad: «¿Qué podemos hacer nosotros ante Dios que nos sirvió hasta experimentar la traición y el abandono?» El Santo Padre dio la respuesta: «Podemos no traicionar aquello para lo que hemos sido creados, no abandonar lo que de verdad importa. Estamos en el mundo para amarlo a Él y a los demás. El resto pasa, el amor permanece». Francisco, con tono paternal, se refirió al momento que vive la humanidad: «El drama que estamos atravesando nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a descubrir que «la vida no sirve, si no se sirve». Lunes Santo de silencios, sin procesiones. Y el mensaje de Gala, en sus versos al Cristo de Ánimas: «Cómo aprenden de tu estremecimiento / las hojas por las brisas acunadas». Aprendamos nosotros.