Hoy, Jueves Santo, se celebra el Día del Amor Fraterno, viva expresión del argumento central de la Semana Santa: el amor de un Dios que se hace hombre, habita entre nosotros, y establece un mandamiento nuevo como ley suprema de entendimiento en las relaciones humanas. «Lo que cuenta es el amor», sería la síntesis perfecta. Horas antes de ser detenido y condenado a muerte, Jesús celebró una comida para despedirse de sus discípulos más próximos. En ella manifestó lo que había intentado en su vida y cómo interpretaba su muerte. Cuando parecía que todo estaba perdido y no había porvenir, Jesús se entrega incondicionalmente: «Aquí está mi carne y mi sangre, mi persona, con toda mi vida, con lo que he dicho y hecho: Tomad y comed». El Jueves Santo nos ofrece cuatro hermosos paisajes que las hermandades han plasmado en sus imágenes: «El lavatorio de los pies, el mandamiento nuevo, la institución de la eucaristía y la institución del sacerdocio». Jesús vino a crear una comunidad nueva, con un modelo de hombre nuevo que sigue una regla nueva, porque es una nueva criatura. Y esa novedad es el amor. Una Iglesia formada por personas que no se aman no es, evidentemente, la Iglesia de Cristo. Por eso, Martín Descalzo, en su Vida de Jesús, nos deja esta frase tan hiriente como certera: «Un cristiano sin amor es un usurpador; una Iglesia sin amor sería simplemente la gran apostasía, la gran mentira, la gran farsa». Por eso, hoy, Jueves Santo, las hermandades nos mostrarán a Jesús Nazareno, en toda su grandeza; la Sagrada Cena, en toda su sublimidad; el Cristo de la Caridad, o el amor universal; el Caído, en toda su entrega; el Cristo de Gracia, majestuoso y cercano… Y las Angustias, regazo y abrazo para todas nuestras soledades y frecuentes debilidades.