Se dice popularmente que “quien da, después recibe”. Pues esto se cumple en el caso de la cordobesa Ángela Guzmán, que primero permitió un trasplante y luego recibió para su hija la generosidad de un donante anónimo. Ángela no dudó ni un instante, al saber que era compatible, en donarle parte de su hígado a su segunda hija, María López, cuando supo que su pequeña de menos de dos años necesitaba un trasplante para afrontar una enfermedad metabólica.

Ángela, que por su trabajo de enfermera en el Reina Sofía y por el tiempo que ha pasado su hija hospitalizada se siente un poco parte de la familia del hospital cordobés, ha querido apoyar hoy la campaña de promoción de la donación de órganos que realiza el hospital Reina Sofía durante la 16 Semana del Donante mostrando su testimonio y animando a la población a que se hagan donantes de órganos, que “no tengan miedo, que es un acto solidario con la sociedad”.

“María padecía una patología metabólica rara complicada por una mutación genética, que se conoce como déficit de OTC (deficiencia de ornitina transcarbamilasa), con el agravante de que esa mutación era única en el mundo y que para su tratamiento requería de un trasplante hepático”, relata esta vecina de Almodóvar del Río, aunque residente en Villarrubia.

“Veía que a mi hija le faltaba chispa en los ojos, se cansaba, vomitaba una vez en semana. En una de las ocasiones que la traje a Urgencias del Reina Sofía estaba de guardia la pediatra del hospital Mercedes Gil, que es la responsable de metabolopatías. Se tuvo que quedar ingresada en UCI porque tenía el amonio alto. La enfermedad de mi hija le provocaba que no metabolizara bien las proteínas que comía. Si el amonio no lo expulsaba bien por la orina podía quedarse en la sangre y causarle encefalopatías, con posible daño cerebral. Le diagnosticaron esa enfermedad, le pusieron medicación y una dieta estricta en proteínas, pero aun así mi hija se tenía que quedar ingresada casi todas las semanas”, explica esta madre.

“Me comentaron en el hospital que había metabolopatías que con el paso de los años habían necesitado de un trasplante hepático. No quise esperar a que pasaran años, porque mi hija tenía una calidad de vida muy limitada. El 7 de junio del 2016 mi hija fue trasplantada, gracias a que le doné parte de mi hígado. A los tres días ya estaba en planta, a los 15 nos dieron el alta y en septiembre volvió al colegio”, expone.

“Pero surgió el problema de que mi artería hepática era más pequeña que la de ella, lo que le provocó un fallo en las vías biliares. Empezó a ponerse amarilla y la pusieron en lista de espera porque necesitaba un segundo trasplante. Gracias a un donación anónima, de una persona fallecida, María recibió un segundo trasplante el 30 de enero de este año, con una recuperación también muy buena como la primera vez, por lo que pronto volvió a su colegio y hoy en día hace la vida normal de una pequeña de 4 años y medio, que es la edad que tiene ahora”, indica Ángela.

“María viene al hospital Reina Sofía para sus revisiones como si fuera su casa, menos cuando la tienen que pinchar. Es muy consciente de lo que ha vivido”, detalla esta madre. “Y les dice a sus amigos: “si se os ponen los ojos amarillos, mi médico os pone un hígado nuevo y no pasa nada". Así de bien lo lleva”, añade Ángela. La madre de esta niña y su familia están muy concienciados con la importancia de donar órganos. Hace una semana murió un tío de Ángela, hermano de su padre, que fue donante de órganos.

“El día que vine al cirujano para que me explicase la operación para que fuera donante de vivo de hígado, le dije que no me contase mucho porque iba a donarle a mi hija el hígado de todas formas para que se pusiera bien”, recalca.