«El Open Arms vuelve al Mediterráneo esta Navidad. El mar no entiende de fiestas o celebraciones. Mientras haya vidas en peligro, allí seguiremos», escribió el pasado 15 de diciembre la oenegé en las redes sociales. El barco humanitario, de la homónima oenegé catalana, zarpó ese mismo día del puerto italiano de Nápoles rumbo al Mediterráneo central, con la misión de patrullar y de seguir salvando vidas. Como hizo el pasado mes de agosto, cuando permaneció 20 días en el mar con hasta 160 migrantes a bordo y a la espera de que Italia le autorizara un puerto en el que desembarcar.

La tensión vital dentro del barco con 160 personas literalmente desesperadas y la política fue subiendo durante esos días del mes de agosto. El fundador de la oenegé, Òscar Camps, instó al Gobierno de Pedro Sánchez a denunciar a Italia y Malta ante el Tribunal de Hamburgo por impedir el desembarco en sus puertos de los refugiados tanto de su barco como del de Médicos sin Fronteras, Ocean Viking, y SOS Mediterráneo. Este último buque acumulaba a bordo un total de 251 migrantes, tras llevar a cabo tres rescates en tres días en aguas internacionales frente a las costas de Libia. El ultraconservador político italiano Salvini llevó al límite la agonía hasta que el 20 de agosto el fiscal de Agrigento, Luigi Patronaggio, puso fin a la agónica situación de los más de 80 migrantes que todavía quedaban a bordo del Open Arms al ordenar el desembarco en el puerto de Lampedusa y la incautación temporal del barco de la oenegé española.