La suerte de Donald Trump cambió el 24 de septiembre. Tras 18 horas de debate tempestuoso y salpicado de insultos, los demócratas impusieron su mayoría en el Comité Judicial de la Cámara de Representantes para aprobar los cargos que se imputarán al presidente para que sea juzgado en el Senado. La votación se resolvió sin un solo voto a favor de los 17 diputados republicanos del comité, un desenlace que ilustra la triste dinámica de este impeachment, con dos partidos que se hablan pero no se escuchan y viven instalados en realidades del todo paralelas. Trump ha sido acusado de «abuso de poder» por tratar de coaccionar a Ucrania para que le ayudara en su campaña de reelección y de «obstrucción al Congreso» por entorpecer la posterior investigación parlamentaria. Dos cargos similares a los que se impusieron a Nixon.

El proceso se trasladó al pleno de la Cámara de Representantes, que votó para iniciar formalmente el impeachment y poner en marcha el juicio en el Senado a principios de enero. No se esperaban sorpresas en la Cámara baja, donde los demócratas tienen una mayoría lo suficientemente amplia para poder permitirse algunas deserciones en sus filas.

Pero el partido de Nancy Pelosi tampoco debería hacerse muchas ilusiones sobre el resultado del juicio. Los conservadores están más unidos que nunca, dado el respaldo masivo de Trump entre los votantes republicanos. Su líder en el Senado, Mitch McConnell, ya ha dejado claro que «no hay ninguna opción» de que Trump sea destituido. El presidente está pletórico.

Y entre medio la política sigue convirtiéndose en el fermento de una sociedad donde ya no hay fronteras entre mentira y verdad.