Miguel Induráin, en sus años de gloria francesa, siempre actuaba igual. En el primer mano a mano con sus rivales, fuese la contrarreloj inicial o el debut de la montaña que en sus tiempos siempre llegaba más tarde, quería arañar unos segundos, aunque solo fuese uno, a todos sus rivales. Eran segundos de oro que le servían para que nadie, absolutamente nadie, se atreviera a mirarlo por encima del hombro. Aquí estoy yo y vengo a ganar el Tour. Por si alguien tenía dudas.

Geraint Thomas, de quien no hay que olvidar que lleva el dorsal número uno en la espalda porque hace un año ganó en París, se ha pasado toda la temporada cuestionado. Se le decía si había tenido un Tour de inspiración y poco más. Hasta veía que Chris Froome mantenía los galones de general en su equipo y que a él le iba a tocar vestirse con el mono de trabajo para conducir a su compañero a lo más alto de podio.

Por si fuera poco, cuando se cayó Froome, las miradas se dirigieron a otro compañero del Ineos, el joven colombiano Egan Bernal, a quienes algunos ya lo daban como vencedor en París cuando todavía el Tour no había arrancado en Bruselas. Y llegó la Planche de les Belles Filles, tal vez una etapa algo desperdiciada porque siempre hay miedo, porque en el ciclismo contemporáneo se calcula demasiado y porque un ataque, aunque no tuviera éxito, como el de Mikel Landa, a tres kilómetros y medio de la meta, ya se considera una ofensiva lejana. Y en la Planche, vestida este año con gravilla y tierra por una pista forestal que conducía a los remontes de la estación de esquí, Thomas se reivindicó. Lo hizo allí donde todos se retorcían. No para reventar la carrera, ni mucho menos, sino para ser el primero que cruzaba la meta entre los alumnos aventajados del Tour 2019.

El día de los modestos

En una Planche, que en sus tres primeras ascensiones marcó el triunfo de ilustres (Froome, Nibali y Aru) y donde el que salía de amarillo ganaba el Tour (Wiggins, en el 2012; Nibali, en el 2014, y Froome, en el 2017), triunfaron los modestos, los que resistieron en una fuga consentida, que el pelotón perdió en el horizonte: etapa para el belga Dylan Teuns y liderato, por solo 6 segundos, para el italiano Giulio Ciccone, el ciclista que ganó la etapa del Mortirolo y la montaña del Giro.

Las figuras se miraron las caras, observaron las muecas, escucharon las respiraciones y se dieron cuenta de que todavía, con solo cinco etapas finiquitadas, las fuerzas están igualadas por mucho que Landa buscase una fuga imposible o que Thibaut Pinot se pusiera nervioso mientras su oponente local, Romain Bardet, era quien más sufría y quien más tiempo cedía (1.09 minutos a Thomas) entre los señores del Tour.

Y entonces, ya en el tramo de tierra que trataba de ahogar a los ciclistas como un mar furibundo a los bañistas, fue cuando Thomas arrancó a la estela de Julian Alaphilippe para apagar el sonido de la alarma que le preocupaba toda la temporada; mala, más que discreta, y encima con un abandono por caída en la última carrera preparatoria para el Tour, la Vuelta a Suiza. Fueron solo 2 segundos a Pinot, 7 a Quintana, 9 a Landa y Bernal, y algo más al resto: 33 a Mas, 35 a Krujikwijk y ya unos preocupantes 51 segundos a Nibali. Lo justo para reivindicarse y para irse a dormir, a los pies de los Vosgos, viéndose tan fuerte como el año pasado.