A Andrey Amador, la mitad del año en Costa Rica y la otra en La Garriga, entre Centroamérica y Cataluña, ya le han dicho que tiene que estar pendiente de Alejandro Valverde y Mikel Landa. Los mecánicos conocen las instrucciones: doble cinta en el manillar, para evitar las ampollas en las manos de los corredores, ruedas más anchas, para que superen mejor las piedras, los adoquines, el 'pavés', como guste denominar, y los tubulares algo más blandos para que el corredor no rebote tanto por los tramos propios, comunes de la París-Roubaix. ¡Llega el 'Infierno del Norte'! ¡Sálvase quién pueda!

"Yendo hacia Amiens (final de la octava etapa resuelta el esprint donde el holandés Dylan Groenewegen repitió el triunfo del viernes) tuvimos un día tranquilo. Nada tendrá que ver con el estrés que nos espera camino de Roubaix". Así hablaba, mientras descendía de su coche, José Luis Arrieta, director del Movistar. Mikel Landa, feliz por superar otra etapa larga y sin gran historia, bebía un sorbo de agua. Sudaba. Pero se mostraba tranquilo. "Los adoquines son los que son. Yo estoy bien y esto es lo importante". Amador le marcará el camino. Sabe que todo lo que se separe de la rueda de Valverde puede ser un drama. E Imanol Erviti, el mejor entre los compontentes del equipo español en las piedras, deberá estar pendiente también de Nairo Quintana.

Y así es porque este domingo se juega buena parte del futuro del Tour. No es un día ni para bromas ni para despistes. Es una jornada en la que además hay que cruzar los dedos porque cuenta tanto la buena suerte como la habilidad por no caerse. No hay equipo que no esté nervioso. Y, ni mucho menos, el Sky de Chris Froome es la excepción. En uno de los camiones del conjunto británico -el parque automovilístico que llevan en el Tour es de película- están guardadas las bicis especiales que llevarán este domingo con una pequeña suspensión en la parte trasera, para que el culo no sufra tanto, para que Froome supere un día al que tiene pánico. En el 2014 abandonó la carrera tras caerse antes de que comenzará el infierno de los adoquines.

Para imaginarse cómo son los adoquines no basta verlos por la tele o en fotografía. Hay que tocarlos. Hay que arrodillarse y poner los dedos, que se hunden entre piedra y piedra, entre la tierra y la hierba, en unas pistas para transportar el ganado que se hicieron a principios del siglo XX y que si no se han cambiado y asfaltado como Dios manda ha sido por la magia y la épica de la París-Roubaix, conocida como 'El Infierno del Norte' y que se corre el primer domingo de abril.

Nada menos que 15 tramos de adoquines aguardan este domingo a los corredores. El primero aparece a los 47 kilómetros de la etapa (un poco antes de las 14 horas, dependiendo del ritmo de competición). Son sectores no excesivamente largos, entre los 500 y los 2.700 metros hasta completar 22 kilómetros, mucho menos de los que torturan a los clasicómanos de la París-Roubaix, pero una cantidad exagerada y que puede dar un tumbo a la clasificación general del Tour que lidera de forma provisional el campeón olímpico belga Greg van Avermaet.

Todos llegan -con la excepción de Quintana y Dan Martin, que se cayó poco antes de llegar a Amiens- en un pañuelo: Froome, Valverde, Landa, Nibali, Urán, Dumoulin, Porte. ¿Cómo saldrán? El mítico velódromo de Roubaix puede ser tan trascendental como Alpe d'Huez o Sant Lary. Las piedras del 'Infierno del Norte' marcan el camino del Tour.

Todas las clasificaciones en la página oficial del Tour.