Imposible no hay nada. ¡Mentira! Por mucho que se mentalizase, por mucho que luchase, por mucho que tratase de poner el Tour patas arriba, era una misión completamente imposible. El ciclismo hace años que dejó de ser un deporte individual. Y eso lo sabía Mikel Landa. Para atacar, para defenderse, para lo que sea, es necesario disponer de un gran equipo, como el Sky. Y un hombre solo al frente no puede derribar un muro tan alto como el Tourmalet. Ni Coppi, ni Merckx, ni Hinault, ni Induráin, ni nadie. En solitario, imposible. Pero fue bonito mientras duró.

Landa llevaba días diciendo que el Tour no se había acabado. Que lo intentaría. Avisaba y hasta el anuncio generaba dudas. Pero si había subido más sufriendo que dando espectáculo... Si no pudo con el ritmo final de Geraint Thomas y su compañía de gala en los kilómetros finales del Portet... Pero él, erre que erre. Que en el Tourmalet habría mucho vasco, mucho paisano con ganas de ver a uno de los suyos al frente.

LAS ALIANZAS DEL SKY / Y, de repente, a 100 kilómetros de la meta, cuando el Tourmalet no había hecho más que anunciar su presencia, ¡zas! ataque de Landa. Con todo el coloso por delante, con la ilusión, con la fuerza de su espíritu y con un Sky muy conservador pero a la vez calculador, con mucha sangre fría, que prefirió mantener un ritmo, no dejar aislado a Thomas y esperar lo que luego ocurrió, que otros se pusieran nerviosos, como el Lotto Jumbo, el conjunto holandés que lidera un diamante en bruto llamado Primoz Roglic, luego vencedor en Laruns.

Por una vez, no fue el Sky quien apagó el incendio que había ocasionado Landa en la general. Fueron los holandeses y más concretamente un ciclista espigado y de piernas largas, Robert Gesink, un escalador que iba para figura pero que siempre se caía en los momentos claves, el que sentenció la fuga de Landa. En la subida a Bordères, el inicio del Aubisque, aunque considerado como un puerto de segunda, recortó al corredor vasco dos de los tres minutos y medio que había sacado, un tiempo que llegó a situarlo en la segunda plaza de la general.

Al final de la etapa Landa lamentó la ayuda del Lotto Jumbo al Sky, pero a la vez razonando que era lo lógico. Esto ya no es un deporte individual en el que Landa lucha contra Thomas, contra Dumoulin, contra Roglic, contra Froome. Peleaba contra las alianzas, contra gregarios que son tan buenos como los jefes. Y ahí está la prueba evidente y vestida de amarillo. Un gregario ganará mañana el Tour. Y será Thomas, el ayuda de cámara de un Froome demasiado cansado y quizás anunciando que ya nunca jamás podrá aspirar a repetir una victoria en París.

ROGLIC GANA BAJANDO / La lucha contra lo imposible solo puede tener el aplauso dispensado a los valientes, a un conjunto Movistar, muchas veces injustamente criticado por no atacar. ¿En un puerto de tercera? ¿En una etapa, aunque de montaña, en la que es difícil abrir diferencias? ¡Si ayer, a pesar del afán de Landa, llegaron ocho corredores juntos! Los mejores de la general se presentaron en meta con apenas 18 segundos de diferencia. Si Roglic, de hecho, hizo las diferencias bajando el Aubisque, porque en el ascenso sus estacazos no sirvieron para descabalgar a ningún rival. Y, si se fue en el descenso, fue más que nada por valentía, olvidándose que su familia lo estaba viendo por la tele.

Este es el ciclismo con el que toca convivir, para la bueno y para lo malo. Merckx, difícilmente habría firmado su gesta pirenaica de 1969, cuando comenzó su época de gloria, con un Sky, un Lotto-Jumbo y un Sunweb, en este caso en la récamara, pisándole los talones como locos. Los gregarios -magníficos como Edgar Bernal, un chaval que tiene un Tour en sus piernas- llevando en volandas a los jefes.

EL FINAL DEL AUBISQUE / Cuando el Aubisque, con un descenso de 20 kilómetros a meta, tocaba a su fin, Landa levantó el pie. Lo imposible se había confirmado. «Lo tenía que probar desde lejos». No podía marcharse del Tour sin levantar el brazo. «Sabía que era difícil». Lo era. «Pero me dije que debía pelear». Y peleó. «Sabía que la primera plaza de la general era muy difícil, pero había que intentar luchar por la victoria de etapa y por el podio». Y corrió con la ilusión en sus pedales.

Tampoco llevaba a los compañeros ideales en la escapada, si se exceptúa la presencia de Andrey Amador, el corredor que el Movistar había lanzado por delante a la espera del ataque de Landa porque Nairo Quintana, como se demostró, estaba tocadísimo por la caída del jueves. Amador, un ciclista costarricense que vive en la localidad barcelonesa de La Garriga, se dejó el alma por Landa. Otra evidencia de que el éxito tampoco llega en el ciclismo si no se tiene un buen colaborador.

Fue bonito mientras duró, mientras hubo montaña, en un Tour que hoy acabará de confeccionar el podio -el amarillo está muy claro- en la crono final.