Leía yo en la playa Facha de Jason Stanley (Ed. Blackie Books, 2019) y me enteré que el America first de Donald Trump no era lema suyo sino que fue el nombre de movimiento fascista en Estados Unidos en los años de entreguerras que, además de homófono, supremacista y racista, se oponía a la entrada del país en la guerra contra los nazis excusándose en la política aislacionismo. Unos de sus líderes fue nada menos que Charles Lindbergh, el primer piloto que cruzó el océano Atlántico. Un héroe nazi de gran vuelo. Entonces me pregunté a quién hablaba Trump. Y como a los yanquis ya me los conozco, pensé en Macri, Piñera, Duque Márquez, Bolsonaro… Dice Ricardo Antunes que «la ultraderecha se extiende por Latinoamérica y, anuncia en voz alta su odio por los comunistas, su aversión a los pobres y los negros, sus excusas por la misoginia y el feminicidio y sus esfuerzos por el exterminar los colectivos LGBT y las comunidades indígenas». Pues como por aquí, digo yo.

El caso de Jair Messias Bolsonaro puede ilustrarlo. El militar en reserva brasileño llegó al poder gracias al voto masivo de creyentes de la iglesia evangelista (pentecostalismo) a la que él pertenece con fervor. Como se sabe, tras la Teología de la Liberación surgida del Concilio Vaticano II, Estados Unidos decidió sembrar de sectas protestantes Latinoamérica, toda vez que «la Iglesia católica ya no era una garantía para la defensa de los intereses USA», según el informe presentado en su día a Richard Nixon por el entonces vicepresidente Nelson Rockefeller. (Recuérdese la Revolución Sandinista).

La estrategia ha funcionado. Hoy, las bellas iglesias católicas del barroco portugués están medio vacías y las protestantes establecidas en los bajos de sucios edificios de barrios modernos están a rebosar de pobres alienados. Trump anuncia hacer de Brasil un «socio preferente», a quien suministrará armas con un ojo mirando a Venezuela, que es donde está el conflicto geoestratégico e ideológico de la región. Y el petróleo.

Esta gente no se para en mientes y tocan todos los palos. Un incendio pavoroso arrasa el Amazonas, con lo difícil que es prenderle fuego a la húmeda selva, ¿verdad?, y lo interesadas que están las multinacionales agropecuarias en tener desfoliado el terreno (más de medio millón de hectáreas ya calcinadas: un crimen ecológico brutal). Las conocidas burlas de Bolsonaro de los movimientos en defensa del medio ambiente se corresponden con su oposición a la protección y preservación de la naturaleza, en especial el Amazonas, lo que le ha hecho decir al escritor brasileño Gregorio Duvivier que Bolsonaro es una especie de Nerón. Símil alejado en el tiempo. Estas gentes quisieran emular a Hitler. Trump llamó por teléfono a Bolsonaro y le preguntó: «¿Arde el Amazonas?».

Y en estas llegó una patera a la playa.

* Comentarista político