El Museo del Prado ha querido hacer su aportación a la nueva normalidad, inaugurando una exposición antológica con lo mejor de la casa. Por los enésimos motivos de la excepcionalidad, en Reencuentro se han seleccionado 190 obras maestras en las que son las que están, pero no están algunas de las que son. Entre las últimas, y por motivos de conservación, se encuentra el Jardín de las Delicias . Tampoco se ha incluido el Duelo a garrotazos de Goya, entendiendo que son criterios técnicos y artísticos los que han impulsado este descarte. Desde luego, creo más en las razones de los conservadores de nuestra principal pinacoteca que en las opacidades de la no asistencia del Rey en la nueva entrega de los despachos judiciales. Aunque acierto a comprobar ciertas ramificaciones neurológicas entre ambas ausencias: las dendritas de Ramón y Cajal frente al «Que inventen ellos» en el peor día de Unamuno.

Goya perpetuó en el lance de dos duelistas, a garrota y enterrados hasta las rodillas, la tragedia de las dos Españas. Lo que ocurre es que los bandos han fluctuado a lo largo de los siglos. Los conceptos de izquierda y derecha son pretenciosos, confusos e insuficientes para engarzar esa continua dicotomía. Más cercano sería el sentimiento centrípeto o centrífugo de los pueblos de España, pero también es incongruente --fue la burguesía catalana la más incondicional partidaria del advenimiento de la dictadura de Primo de Rivera--. Quizá las dos Españas se espejen mejor en los estados de ánimo, y aquí el pesimismo gana por goleada. Se venera tanto la Transición, no por una meticulosa arquitectura del consenso, sino por la rocambolesca carambola de creer en nosotros mismos, y sumar en ese afán la concordia.

De acuerdo. Esta pandemia ha llegado como una plaga de Egipto, y sin manual de instrucciones, pero aquí hemos dado barra libre a un bien fundamentado pesimismo. Tampoco poseían ese manual otros Estados, y con ello ha tenido que protocolizarse el sambenito de los tópicos, con España nuevamente navegando en contra de sus estereotipos. La covid-19 podría hacer más por la independencia de Cataluña que todas las fatuidades del procés, vindicando desengancharse de un Estado que ante el coronavirus no está superando la prueba del algodón. La suerte es que nos enrasamos en la medianía, y Cataluña, en esta crisis, no ha mostrado los galones del hecho diferencial.

El Rey escondido en la Zarzuela, cual si los estrategas de la Moncloa ensayasen con Felipe VI la futurista trama de Minority Report , anticipándose a la inhabilitación de Torra. El Rey aventado, para hacer republicanismo con gaseosa. Porque los que amagan con el acoso y derribo de la Monarquía prefieren las zancadillas a las comparativas con Alfonso XIII, porque en todos los indicadores democráticos de este símil, el actual Jefe del Estado dejaría a su abuelo a los pies de los caballos. Mal asunto practicar la cizaña extemporánea, cuando más que nunca deben confluir lo urgente y lo importante. Céntrense más en los mea culpa colectivos sobre la gestión ostensiblemente mejorable de esta crisis. Comenzando por la capital del Reino, que también ha sumado un granito --o una palá de espuerta-- a la incompetencia.

No es cuestión de ponerse como Sabina con su yo no quiero por los amores que matan y nunca mueren. Yo no quiero mecheritos encendidos en concierto y políticos que blasfeman el entendimiento. Me basta con dejar hacer a aquellos, que los hay, que puedan sacar este país del atolladero y puedan recuperar la curva del optimismo. Si no están por esa labor, váyanse a hacer puñetas.