Es la primera vez en nuestro país democrático que se celebran unas elecciones porque el candidato a presidir el Gobierno de la Nación no ha obtenido, ni en primera ni en segunda ronda, la confianza parlamentaria para ser investido presidente. Tal como la mayoría de las encuestas vaticinaban, por más que pudiera resultar para algunos imposible, el PSOE pierde escaños, se produce el descalabro del partido de Rivera, superado incluso por ERC, sube considerablemente el PP, y auge imparable de Vox, que se sitúa como tercera fuerza política de España a la que hay que tener en cuenta. Es el ganador de las elecciones.

Ni el bloque de la izquierda ni el de la derecha suman para poder gobernar. El panorama que se abre tras el resultado de estas elecciones en cuanto a gobernabilidad resulta aún más inquietante que en abril. Aunque Casado gana más de 20 escaños, le son insuficientes y lo tiene complicado formar y pactar un gobierno de derechas. Pero a Sánchez la jugada no le sale bien, ha perdido no solo opciones para gobernar sino legitimidad para negociar. Al provocar las elecciones, ha facilitado, por una parte, la subida de sus contrarios como PP, Vox y sobre todo partidos independentistas en los que tanto se apoyó para conseguir poder. Y por otra, la bajada de los que podrían apoyarle, como Unidas Podemos y Ciudadanos, y ahí está la dificultad. Si Sánchez no podía dormir tranquilo con Podemos en el Gobierno, ahora lo necesita desesperadamente para gobernar, y no será gratis lo que Iglesias le pida para la coalición que ya le ha propuesto, sirviéndose seguro en la negociación de la irrupción de un Errejón más moderado. Rivera, el gran perdedor, sin escaños suficientes para facilitar con su abstención un gobierno socialista, quizás por eso penalizado con este nefasto resultado, y sin poder consolidar un gobierno con el PP, ya asume sin excusas responsabilidades que se deriven de la reunión del comité ejecutivo y del congreso extraordinario que acaba de convocar. Su posible dimisión está cerca.

Lo verdaderamente preocupante es la subida de los partidos nacionalistas e independentistas, sobre todo con la entrada de la CUP en el Congreso, radicalizando aún más la cuestión catalana y haciéndola más presente en la escena nacional.

A pesar de la representación en el Congreso más divida y radicalizada, es urgente y necesario un gobierno estable que atienda y solvente los problemas reales de todos y cada uno de los ciudadanos, y para ello los distintos partidos han de posicionarse de forma clara y definitiva sin más dilaciones ni más excusas. Pero también asumiendo responsabilidad del resultado obtenido.

La papeleta más difícil la tiene Sánchez. A ver cómo la resuelve si exige a los demás responsabilidad y generosidad. Es necesario un esfuerzo, incluso desde la oposición modulando y controlando el poder del Gobierno, para que España se ponga definitivamente en movimiento y vaya creciendo con un gobierno sólido, firme y equilibrado que dé seguridad. No valen más excusas.

* Abogada