La lucha contra el coronavirus se va a tener que mantener para largo con los actuales medios (mascarillas, distancia social, restricciones ajustadas, etcétera) ya que la vacunación tardará aún, por muy buenas noticias que se reciban recientemente. Y más si hay gente que se salta confinamientos y normas y luego otra tanta dice que no se vacunará pese a ser posible.

Les quiero contar una reciente conversación de la que me arrepentí a pesar de la mucha razón que, creo, tenía un servidor. Se trataba de un amigo (a estas alturas temo que examigo) que me decía muy ufano por su sabiduría (ya saben que los bulos de internet reparten licenciaturas en ciencias), masculinidad y libertad que no se iba a vacunar. Las dos primeras líneas de sesudos argumentos, la de sus conocimientos y hombría, no se entraron a rebatir. Pero sí lo de no vacunarse para preservar su «libertad» y evitar que el Gobierno le controle a través de yo qué sé qué sistema biológico inyectable, dando por hecho que este Gobierno controla un pijo. Y es que me pareció todo un contrasentido porque me consta que mi amigo ya está más que fichado por todas las multinacionales del mundo a través de uno de esos aparatejos en el salón que oyen y entienden conversaciones y que le conecta a sepa usted dónde por internet, además de un televisor que compró hace poco y que también ya lleva incorporado de serie semejante engendro. Por no hablar de las APP de su teléfono que registran dónde ha estado, con quién se ha encontrado, sus llamadas y mensajes y hasta cuándo se le ha alterado el pulso en el aparato ese que lleva en la muñeca. Todo esto lo sé porque mi amigo es de los que lo cuentan ‘todo todito’ en redes sociales. La vacuna, si tiene una capacidad como instrumento ‘informativo’, tiene que ser la leche para que aporte algún dato que no haya dado ya voluntariamente a todo el mundo por internet. También mi amigo se mostró indignadísimo cuando le recordé los casos de padres que les negaron a sus hijos otras vacunas y al final los vieron morir con meningitis o sarampión. Quiero pensar que no soy tan malo por solo citar esa verdad como aquellos que, por soberbia, anteponen su ‘verdad’ a la vida de los que quieren.

Pero una pregunta fue lo que le sentó peor a mi colega: «¿Y quién eres tú para que te vacunen?». Y es que cuando haya disponibilidad primero se inmunizará a grupos de riesgo y personal sanitario... luego a servicios de seguridad del Estado, trabajadores en sectores esenciales... supongo que junto a cupos de sectores sociales tras hablar con expertos sanitarios, sindicatos, empresas... la lógica lleva a pensar que al llegar a la inmunidad de rebaño, mínimo el 70% de la población, ya se habrá acabado el dinero estatal y muchos tendrán que pagarse la totalidad de la vacuna de su bolsillo, que será un lujo. Si no, al tiempo.

En fin, que a la hora de inmunizar seguro que no se perderá el tiempo con los negacionistas de lo obvio, así que estos pueden estar ‘tranquilos’. Sus familias no. Pero habrá que empezar a apelar al patriotismo y la solidaridad de todo aquel que, cuando el Estado deje de subvencionar vacunas, pueda pagarse la dosis. No solo por él mismo y sus allegados, sino por aquellos de la sociedad que querrían inmunizarse y no tendrán dinero para ello.