Con el wasap ya no sabes cuando comienza o acaba el día. Esa aplicación de mensajería para teléfonos inteligentes, que envía y recibe mensajes mediante Internet, nos ha cambiado hasta tal punto que ya se escucha por estos nuevos mundos que una chica preferiría quedarse sin novio antes que sin móvil. Además de utilizar el texto en la mensajería los usuarios, según dice la Wikipedia, pueden crear grupos y enviarse mutuamente imágenes, vídeos y grabaciones de audio que, según datos de 2016, fueron mil millones de personas las que se dedicaron ese año a estos menesteres del nuevo mundo sin más fronteras que la hora que marca el reloj, que a un jubilata se lo señala el nieto y a un jovenzuelo, el azar. Cuando vivíamos en el tiempo en que los bancos te atendían la noche se acababa cuando nos acostábamos y el día comenzaba al despertarnos. Ahora, en el reino del wasap, cuando vamos a arroparnos con la sábana nos damos cuenta de que el móvil tiene 74 mensajes que no hemos visto por lo que aún no podemos despedir el día. Y nos liamos a leer lo que nos han escrito nuestros compañeros de aquel curso de hace tantos años, los amigos con los que nos tallamos, aquellas personas que nacimos en el pueblo el mismo año, los compañeros de asociación, los familiares repartidos por Andalucía, Cataluña y Madrid, los aficionados de la Peña Merengue, los componentes de tal rondalla o agrupación musical o los profesores jubilados en tal año de una notable ciudad donde se sigue buscando un índice en el que se pueda incluir al resto de bichos vivientes, para tenerlos a todos controlados mirando mensajes. Estamos observando las mudanzas del siglo XXI y tomando nota del porvenir que nos señala, el wasap, por ejemplo. No nos pronunciamos pero sí sabemos que esa aplicación de mensajería que ha borrado el límite de los días ha propiciado la expresividad escrita de aquellos amigos de los que solo conocíamos su comunicación verbal. Al tiempo que también hemos descubierto sus faltas de ortografía. El wasap es un milagro de la comunicación de la modernidad que al mismo tiempo que nos une nos está robando aquella soledad que nos hacía diferentes.