El feminismo pretende cambiarlo todo. El poder, las curas, la agenda política, la culpa, las redes informales, los horarios y la gestión del tiempo, las formas. Si el feminismo no pretende darle la vuelta a las inercias y los mecanismos sociales, cambiará solo la superficie de las desigualdades. El feminismo habrá conseguido convertir las sociedades en políticamente correctas, en sociedades maquilladas que quedarán bien en las fotos, pero no habrá logrado profundizar en el sistema, que es verdaderamente lo que no funciona, lo que nos condena.

Lo digo porque cuando las feministas ocupamos espacios de poder o de decisión, cuando las feministas participamos y tenemos roles que hasta hace poco nos eran vetados, tenemos la obligación de hacerlo diferente a como se han hecho siempre las cosas. Es nuestro deber como feministas.

Cada vez que una mujer muestra sus sentimientos, llora en público, se emociona o va de cara y se expone, una parte la ciudadanía siente un cierto rechazo: porque las cosas se solucionan en casa, se viene llorado a las reuniones o nunca se han mostrado las cartas sin reticencias. Y esa debería ser también nuestra ambición. Cuando una mujer, cuando una feminista muestra su vulnerabilidad, feminiza el espacio en el que lo esté haciendo. No porque ser vulnerable sea algo exclusivo de las mujeres, sino porque en los espacios masculinizados ser vulnerable es síntoma de debilidad. Y nada más lejos de la realidad. Las feministas vamos a conseguir precisamente que lo vulnerable no pertenezca a ningún género, y que exponerla no invalide nuestra capacidad ni el contenido de nuestros discursos. Porque si la paridad va a garantizar que haya igual número de mujeres que de hombres en todas partes, vamos a tener que hacer un gran esfuerzo para que la mitad que acaba de llegar -nosotras- asiente las normas de las nuevas sociedades, para empezarlas de nuevo, sin inercias y sin etiquetas.

A cada una de las compañeras que se exponen y rompen dinámicas masculinas: gracias. Contad conmigo.

* Escritora