Se nos olvida demasiado rápido que el derecho a la educación es un derecho consagrado en nuestra Constitución, esa que dice lo que dice, y que tiene como objeto fundamental el desarrollo de la personalidad humana, de ahí que los poderes públicos deban garantizarla a todos y que la enseñanza básica sea declarada, constitucionalmente, obligatoria y gratuita. Este es el meollo del 27 de la Constitución.

Recuerdo aquellos años en que volvía al colegio después del verano como uno de los mayores hitos en las secuencias de mi vida. Volver a reencontrar a las amigas, a las compañeras de pupitre, e incluso a algunas con las que nunca volvía a hablar durante el curso, pero que formaban parte del entorno en donde crecer no solo en tamaño.

Era un festín para los sentidos, un gozo de gomas de nata , de lápices alpino , de cuadernos con rayas, sin rayas o cuadriculados, de libros que forrar con plástico bueno, pruebas de uniforme, de subir el falso de la falda para hacerla más corta, de saquitos que mi madre me compraba grandes para varios años y del acto solemne de la elección de la cartera.

No sé si los niños de hoy tendrán estas mismas ilusiones, esas que tuvieron sus padres y hasta los padres de sus padres en el pleistoceno del que hablo, pero estoy convencida de que hay algo que no ha variado: la ilusión por el reencuentro con los amigos, con los profesores, con el espacio vital de su colegio, con los patios que recorren con un balón pegado a la punta, la charla entre amigos, bocadillo en mano; estar y sentir el espacio de tu clase, de tu pupitre y tu silla y de ese microcosmos tan tuyo que se va abriendo con las explicaciones de quienes están ahí para enseñarte.

No, el virus no puede ni debe detener esto, no puede traer también la secuela de generaciones a las que se le arrebate y se le pulverice su derecho a crecer como personas, un derecho que no es de los padres, sino de los hijos.

La polémica de quienes se plantean no enviar a sus hijos al colegio aduciendo falta de seguridad en las medidas contra el covid-19 y posibilidades de contagio viene casi siempre de los que tal vez este verano estaban con sus hijos en un chiringuito repleto; o que hablan con un colega en una terraza mientras el niño va y se restriega en la esquina.

Dejando al margen las lógicas excepciones de niños con problemas, con enfermedades, los padres deben asumir que están obligados a que sus hijos disfruten del bendito derecho a la educación, el que los hará crecer como personas, ser más libres y puede que hasta entender la vida de otra manera a como ellos la perciben.