Transcurridos dos meses y medio de la convocatoria de elecciones, la situación política es de estancamiento, y son responsables de ello los líderes de todos y cada uno de los partidos políticos. Las críticas arrecian de todas las partes del espectro ideológico, así como del entorno social y económico; y los ciudadanos no entendemos cómo es posible que sigan prevaleciendo sobre los intereses generales los intereses personales y partidistas. Los que en el año 2016 escenificaron pactos de hasta 200 medidas, como Ciudadanos, ahora manifiestan que no apoyaran de forma expresa o tácita, en forma de abstención, la investidura de Sánchez. Iglesias, ante la bajada de escaños y su discutido liderazgo, no hace más que intentar conseguir sillones, como entonces vicepresidencias, pero Pedro Sánchez aunque le propone independientes a Unidas Podemos, no consiente, como no sea el tándem Iglesias-Montero el que aparezca en el gobierno de coalición que tanto solicitan. Pero si antes con más escaños no consiguieron sillones, menos exigencias pueden tener ahora, no siendo de fiar un socio que hace manifestaciones públicas de reuniones, sin luz y taquígrafo que tanto reclamaba a otros, que son desmentidas por el PSOE. Por otra parte, Vox, empeñado en fotos más que en facilitar gobiernos de ayuntamientos y asambleas autonómicas, en los que poder demostrar la base de su programa a veces tan discutido; aunque parece que ningún reparo político se hace al blanqueamiento de Bildu y Otegi. Y a todo esto, el PP, que a pesar de la bajada espectacular de escaños, muestra un perfil bajo, manifestando que pactará con Sánchez cuestiones de Estado, y se mantiene sin presión ante las desesperadas rondas de conversaciones de Sánchez, y las inexplicables tomas y dacas de los partidos emergentes.

Y en esta situación sin gobierno nos encontramos por la amenaza independentista. Sánchez no se fía de Iglesias por apoyar el referéndum que los separatistas catalanes solicitan, pero es que Sánchez tampoco manifiesta sin género de duda que no concederá indultos, porque si así lo dijera públicamente, quizás Ciudadanos le apoyara, o el PP se abstuviera. Si la investidura no sale adelante, no es por la culpa del otro, sino de uno mismo.

Parecía que la aparición de los nuevos partidos iba a cambiar la política porque habría más dialogo y negociación, pero me temo que no, que a pesar de haber nacido como una forma nueva de hacer política, los intereses personalistas se «comen» al propio partido, complicando aún más la adopción de cualquier medida. Al menos con el bipartidismo, eran solo dos líderes los que pugnaban por gobernar. Se necesita sentido común y responsabilidad política, y cuantos menos protagonistas en la escena política menos irresponsables habrá. Ante la posibilidad de nuevas elecciones, que vuelva el bipartidismo.

* Abogada