Ahora que es tiempo de voces de mujeres, me he encontrado con unas palabras de la escritora Natalia Ginzburg, ciertamente impresionantes, rebelándose frente a una de tantas peticiones para eliminar el crucifijo de los lugares públicos, al compás de un secularismo agresivo que querría borrar los símbolos humanos e históricos con una especie de anhelo del vacío, de la ausencia, de la gris confusión. Es la larga deriva del ansia jacobina de la Revolución Francesa, que cortaba las cabezas de las estatuas de las catedrales sin darse cuenta de que decapitaba su propia historia. Al final quedaría una cultura totalmente incolora, aséptica, liofilizada, basada en la nada, que es inofensiva precisamente por inexistente. Natalia, en su defensa de la presencia de los crucifijos, escribía: «El crucifijo no engendra ninguna discriminación. Calla. Es la imagen de la revolución cristiana, que ha esparcido por el mundo la idea de la igualdad entre los hombres, hasta entonces ausente. La revolución cristiana ha cambiado el mundo. ¿Queremos negar que el mundo ha cambiado? Hace casi dos mil años que decimos ‘antes de Cristo’ y ‘después de Cristo’... El crucifijo es el signo del dolor humano. El crucifijo forma parte de la historia del mundo». Sería triste que estorbaran estas palabras o que se quedaran a la puerta de tantas conciencias como gritan entre clamores urgentes la consecución de derechos reconocidos. Este signo que ha cambiado el mundo, que proclama la igualdad de todos, que aglutina en sí el dolor de la humanidad, que es un dedo que apunta a las injusticias del poder, ¿no es acaso una lección necesaria más que una voz simbólica que acallar? A las palabras de Ginzburg, añadió Carlo Ossola una reflexión personal: «Quitar un crucifijo deja en la pared su silueta de bordes grises, una cruz de blanca ausencia en el enlucido del muro. La próxima sentencia será, pues, contra la inquietante Presencia de las Sombras». Conviene escuchar todas las voces para descubrir así nuevos paisajes, o quizás para defenderlos de cuantos quieren eliminarlo o arruinarlos.

* Sacerdote y periodista