La irrupción de Vox en el panorama político ha sido una sorpresa para todos. Incluso para ellos, pues, ni las encuestas más optimistas les daban más de tres escaños. Nadie esperaba que llegaran a los 390.000 votos que han tenido, casi el 10% de los votos en Andalucía. Ni que obtuvieran 12 escaños y la llave del Gobierno. Y, menos, con una campaña como la suya: sin candidatos conocidos, sin estructura, sin presencia en los medios, sin publicidad.

El análisis de este resultado es sencillo, pues, en mi opinión, se ha producido por el desgaste, ya largo, del Partido Popular y del PSOE. La sorpresa ha sido que los votantes que lo han causado se han comportado, esta vez, de una forma diferente a como se esperaba.

Es evidente que la inmensa mayoría del voto a Vox son antiguos votantes del PP. Gente que ha optado por Vox desencantada al descubrir que el partido al que han votado desde los noventa era un nido de corrupción con exministros en la cárcel. Son gente que no ha entendido la leguleya gestión de Rajoy en Cataluña y que abomina de las concesiones, también del PP, a los nacionalistas, por lo que cuestiona las autonomías. Gente que quiere reivindicar su españolidad y que rechaza los ataques a sus símbolos de esta españolidad: la bandera, el himno, la historia imperial, los toros, la caza, etcétera. Gente que no termina de aceptar los cambios culturales y demográficos y se siente amenazada por el feminismo militante, la inmigración y la diversidad que comporta, la incertidumbre de la globalización. La mayoría no son nostálgicos franquistas, sino «personas de orden» que han perdido el referente que suponía el PP y a los que ha contaminado una eficaz campaña de fake news en redes al estilo Trump. Entre otras cosas porque el Partido Popular lleva años sin discurso, sin un proyecto de futuro, sin propuestas y sin presencia. Y, para ellos, el señor Moreno Bonilla no es nadie.

El resto del voto a Vox es de origen variopinto, siendo significativos los votantes enfadados con la Junta y con los partidos tradicionales por el enquistamiento de problemas concretos en determinados barrios y localidades. Votantes que, por su nivel de renta, normalmente hubieran votado a opciones de izquierda, y que, por el enfado con la Junta y los políticos, en esta ocasión, en vez de votar a Podemos o abstenerse, han votado a Vox. Y, finalmente, ha ido a Vox una parte importante del voto antisistema de derecha.

Pero todo esto no hubiera dado 12 parlamentarios y la llave del gobierno andaluz si, en paralelo, el voto al PSOE no se hubiera desmovilizado. Sin los abstencionistas del PSOE, Vox se hubiera quedado en menos de la mitad de escaños. Son «socialistas de toda la vida» que, en estas elecciones, se han quedado en su casa porque reconoce la corrupción y el amiguismo de su partido. Gente que le incomoda el Gobierno Sánchez, el apoyo de los independentistas y su trato de favor a Cataluña. Gente en contra de Susana Díaz por el triunfalismo de su propaganda y la superficialidad de su política. Gente harta de la Junta y sus promesas.

La mayoría del voto a Vox procede del PP. Por eso, es el PP el que tiene que pensar en cómo volver a integrar este voto, sin perder por el centro el voto hacia Ciudadanos, reformulando ideas, renovando caras, haciendo pedagogía democrática. Pero la relevancia de este resultado tiene su origen en la desmovilización de los votantes del PSOE, por sus graves errores de proyecto, de gestión y de discurso.

Fue la crisis de los dos viejos partidos la que trajo nuevos actores al panorama nacional (Ciudadanos, Podemos, etc.), pero han sido su inacción ante su corrupción, la escasa frescura de sus discursos, su escasísima renovación real, la que ha traído estos resultados. Veremos si reaccionan a tiempo, pues el partido solo acaba de comenzar.

* Profesor de Economía. Universidad Loyola Andalucía