Las incertidumbres surgidas en la confirmación por el Parlamento Europeo de Ursula von der Leyen para suceder a Jean-Claude Juncker, incluso después de que la aspirante se prodigara en promesas y compromisos para captar el voto ecologista y el de la nueva izquierda, vaticinan las dificultades que aguardan a la Comisión Europea que presidirá la política democristiana alemana. No solo el déficit democrático que entraña haber prescindido de los spitzencandidaten (cabezas de lista) presagia tiempos borrascosos, sino el cruce de agravios entre conservadores y socialdemócratas que hizo imposible el nombramiento de Frans Timmermans, el acuerdo urdido por los estados para repartirse los puestos principales y la brega de los euroescépticos, los eurófobos y la extrema derecha, que solo persiguen el bloqueo de la UE. A lo que hay que añadir la desunión en el campo socialdemócrata, propenso a disidencias. No es adelantar acontecimientos decir que Von der Leyen se estrenará como una presidenta muy debilitada por el coste político que ha tenido su elección. Aunque cuenta con el respaldo del eje franco-alemán y de los tres grupos parlamentarios más importantes, su nombre está lejos de haber concitado mayorías y opera en su contra su inexperiencia en la gestión de los asuntos europeos. De la solvencia política y técnica de la nueva Comisión dependerá en gran medida reforzar la capacidad de liderazgo de quien la encabezará.