Antes las golondrinas eran fieles a los primeros versos del poema de Bécquer y volvían puntualmente a colgar sus nidos en la confluencia de las calles Maria Cristina y Claudio Marcelo. Supongo también que en otros muchos lugares. Pero esa es mi referencia más cercana. Y, fueran una o varias, como buenas cordobesas, hacían directamente verano. Pero entre los depredadores de sus aleros y la protección que reviste desde hace años el inmueble, antaño morado por Juan Valera y hoy vacío, en cuyas cornisas los construían, es difícil últimamente verlas evolucionar con sus peculiares gritos. O quizá todo forme parte de ese continuado proceso de emigración que el boom de viviendas de uso turístico está determinando sobre el habitat urbano en ciudades como la nuestra.

Hablando hace pocos días con un querido colega leonés, so pretexto del partido de la Cultural con el Córdoba, me preguntaba este cómo habíamos abordado aquí la revolución que supuso dejar nuestra ciudad a tiro de AVE de Madrid. Desde hace pocos meses la bella capital del Bernesga, por el mismo motivo, dista tan sólo un par de horas de la capital del Reino. Ello y el hecho de ejercer este año como referencia gastronómica (muy merecida por cierto) ha hecho que les caigan de sopetón todos los problemas que en estos pagos llevamos tratando de abordar durante los últimos tiempos.

Ayer me he encontrado en el buzón una nueva octavilla ofreciéndome toda clase de facilidades para valorar mi piso y ver si me interesaría venderlo (ya van tres). Y por si fuera poco otro colega gallego me llama por teléfono para que, si conozco alguna oferta de venta de inmuebles (y más particularmente edificios completos), le avise. Acto seguido me las he visto y deseado para localizar a unos amigos holandeses alojados aún no sé muy bien dónde, pero con todas las trazas de morar en alguna habitación o piso «turístico» de los que pululan en oferta por las redes. Y en mi entorno ya han ido desapareciendo poco a poco los pequeños comercios, no tanto por cuestiones de tráfico, peatonalización y demás controvertidos culpables como por propia ley de vida. Simplemente eran locales pequeños, de corte tradicional y trayectoria familiar, difíciles de adaptar a las nuevas ofertas, al mundo de las franquicias o de las grandes superficies. Así que en ellos surgen y desaparecen negocios de temporada, pequeños bares, curiosas iniciativas de pequeño formato... O simplemente languidecen cerrados --algunos ya desde hace años-- a la espera de la oferta que satisfaga las ansias pecuniarias de sus propietarios.

Pero si las golondrinas ya no anuncian la presencia de la primavera/verano, si hay otras visitantes estacionales que sustituyen sobradamente sus chillidos. Y que dan cumplida fe de que se acerca algún periodo vacacional o festivo. Sus gorjeos son inconfundibles, un tanto roncos, audibles en interpretación instrumental u orquestal, con distintos registros según los suelos. Aportan asimismo colorido y se disponen, en distintos tamaños, por parejas, en bandadas, en filas, al tresbolillo... Casi sin que nos enteremos forman parte ya de nuestro paisaje cotidiano. Son las maletas «con ruedinas», que nos recuerdan periódicamente todos esos problemas que la afluencia turística viene planteando en materia de barrios que se vacían, alquileres que se disparan, regulaciones caóticas del alojamiento en viviendas privadas, fraudes, problemas de seguridad, conflictos de convivencia, perdidas de identidad y riqueza cultural, nuevas conformaciones de la sociología urbana y proliferación de toda clase de pastiches, por no hablar de cierta hostelería asilvestrada .

Entre los que desean obtener pingües beneficios y los que quizá tratan de complementar exigüas pensiones, pasando por casos intermedios, parece que nadie se acuerda del síndrome de la burbuja. Nada hay tan peligroso en un mercado como la creencia de que lo que hoy sube seguirá haciéndolo siempre. Y si antes había que aplicar casi un sueldo a la hipoteca del piso ahora un milennial tiene que dedicar ya la mitad del suyo a un alquiler que ve cómo va subiendo y subiendo a modo de daño colateral derivado de una turistización que obtiene a corto plazo mucho más que a largo. En algunos sitios como en Palma de Mallorca trabajan ya en regular que los propietarios de viviendas en edificios plurifamiliares no puedan arrendarlas a turistas.

Así que, una vez más, volverán las maletas cantarinas de nuestras calles los suelos a rodar. Y a poner de nuevo sobre la mesa estos problemas. Claro que siguiendo la vieja costumbre política de matar al mensajero (en este caso silenciarlo) lo mismo a alguien le da por añadir paralelamente al carril bici un carril trolley que, además de fomentar el uso del primero, contribuya a la regulación de los flujos peatonales y al bienestar de los viandantes. Y del resto ya se verá. Aunque las golondrinas no creo ya que vuelvan. Biosensores se llaman.

* Periodista