Hay una moda dirán algunos a favor de vivir en un pueblo y dejar la ciudad. Se tiende a olvidar los prejuicios sobre la vida rural ante las concentraciones urbanas de las grandes ciudades, tan propensas al contagio del coronavirus. La pandemia hace pensar a mucha gente si es el momento de abandonan el ruido y las prisas de las grandes megalópolis. Vivir en un pueblo donde hay menos servicios pero a cambio uno se aleja de los riesgos urbanos, hoy tan patentes. Para colmo la ciudad no puede ofrecer en estos momentos lo bueno que tiene: bares, restaurantes, cines, teatros o gente paseando viendo escaparates a las siete de la tarde. Todo está cerrado y entonces la ciudad pierde su atractivo, al menos en Andalucía y sobre todo en Córdoba. Pero ya que para alguno lo de elogiar la viuda rural es una moda, conviene mirar muy atrás, al siglo XVI. Fray Antonio de Guevara, franciscano para más señas, publicó en 1539 siendo obispo de Mondoñedo Menosprecio de Corte y alabanza de aldea. Un «elogio lirico de la vida rural». Aunque conviene matizar que él vivió siempre en la Corte. Consideraba a la ciudad llena de intrigas y falta de sinceridad. (No como ahora, repleta de humos nocivos aunque también muy tóxica en cuestión de mentiras). Es cierto que la vida rural siempre ha motivado a los grandes escritores, por ejemplo a nuestro don Juan Valera. En su novela Las ilusiones del doctor Faustino nos describe a Villabermeja (Doña Mencía) rodeada de «viñas, olivares y tierras de pan llevar». Pero como hombre de buena pluma, también escribió sobre las grandes ciudades donde vivió.

*Periodista