Cuando los gobiernos de todo el mundo planifican las desescaladas buscando la nueva normalidad, deberían indicar a la población que la misma incluye convivir con la pandemia, es decir, el virus no se irá de una forma definitiva hasta que toda la población mundial esté vacunada (7.800 millones de personas). De momento, los cálculos más optimistas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) nos previenen de un número de contagios superior a los 30 millones y 2,5 millones de personas fallecidas, cifras que nos deben estremecer y ponernos en alerta para intentar prevenir brotes de contagios innecesarios.

En cuanto al tiempo previsto, la OMS señala un periodo de cinco años en el caso de que las medidas preventivas se apliquen y toda la población asuma su cuota de responsabilidad para la disminución de nuevos positivos. Señala su informe que la población afectada está sufriendo una fuerte variación en las edades, siendo el grupo de 20 a 40 años los que se están contagiando de forma mayoritaria en estos momentos. A las personas jóvenes hay que dirigir las campañas nacionales para conseguir frenar la propagación.

Vivir en pandemia nos ha cambiado la forma de relacionarnos: salimos menos, vemos a menos personas, evitamos reuniones familiares o con amistades, estamos mucho más tiempo en casa, vemos más televisión y manejamos más tiempo las redes sociales en internet; en definitiva, nos exponemos menos. Las mascarillas forman parte de nuestra nueva indumentaria y florecen negocios de nuevos diseños que vayan más allá del azul o verde quirúrgico, encontrando en el mercado verdaderas obras de arte en cubrebocas. El uso de geles hidroalcohólicos y el permanente lavado de manos, sustituir los besos y abrazos por el saludo de codos, concentrar las salidas obligatorias para compras de alimentación y medicamentos, hacen que nuestra seguridad aumente y reduzcamos las posibilidades de contagios.

Aún con todo ello, la propagación del virus no se frenará a nivel global. Ya conocemos los episodios continentales que deben servirnos para dibujar el mapa de desarrollo futuro de la pandemia. Desde China, donde los rebrotes continúan aunque no de forma alarmante, hasta la India, donde los contagios alcanzan los 2,6 millones de personas. En Europa, donde la mayoría de los países se encuentra en la «nueva normalidad», los rebrotes son constantes y permanentes, amenazando con una segunda ola que se prevé con medidas fuertemente restrictivas para mediados de septiembre. África es el continente del que menos datos fiables tenemos, aunque aparentemente sigue muriendo más gente de malaria que de coronavirus. Y actualmente, el continente americano se lleva la palma en cuanto a la gravedad del asunto. Con Estados Unidos a la cabeza, seguido de cerca por Brasil y México a continuación, agrupan la mayor cantidad de contagios y fallecimientos a nivel mundial. Muy preocupante la situación en Perú, Bolivia, Chile y Ecuador, donde el invierno ha provocado una afectación muy superior a la esperada inicialmente y sus poblaciones están sufriendo un alto número de contagios y fallecimientos.

Al igual que la Tierra, la rotación del virus ya se presenta como una realidad. Irá girando de episodios graves a menores y de menores a graves, en un círculo vicioso que nos obliga a no bajar la guardia. De momento, es lo que nos toca, vivir con la pandemia.